Revisión del gasoducto a Perú

No siempre los Tratados y Acuerdos que se firman dan los resultados esperados entre los países. Hoy el diario La Razón de Bolivia, en su línea editorial, recomienda cambiar, modificar el acuerdo para explotar y explorar el gas conjuntamente. Una visión que traerá seguramente alguna consecuencia por la importancia que tiene el medio y la fuerza de su argumentación. El siguiente es el editorial.

Todos sabían que los vecinos peruanos requerían de mercados para colocar sus reservas de Camisea y que, por lo tanto, no postergarían sus intereses por los de los bolivianos. Por lo tanto, hay que desatar de la mejor forma el nudo del gasoducto peruano. Era necesario plantear una amistosa revisión del mal convenio firmado entre Bolivia y Perú, en agosto del 2004, mediante el que se preveía construir un gasoducto hasta la costa peruana, para que allí fuera embarcado el gas natural boliviano rumbo a los mercados de ultramar, cuando todavía se pensaba en California y México. El proyecto no podía ser más absurdo, no sólo por costoso, sino porque Perú tenía entre sus planes venderle gas a Chile. Si era así, si Perú le vendería el gas boliviano a Chile, no había necesidad de tener un intermediario en el negocio, y, en ese caso, era mejor que Bolivia se lo vendiera directamente. Todo esto, por cierto, con un margen de ganancia para el país.
Lo que llevó a Bolivia al acuerdo con Perú fueron las pésimas relaciones con Chile, que surgieron luego de la reunión de Monterrey, donde, tanto Carlos Mesa como el presidente chileno Ricardo Lagos protagonizaron un debate agrio que les causó malestar a ambos. De ahí en adelante, la diplomacia chilena no hizo sino zaherir a Bolivia. De entrada, se cortó toda conversación que insinuara siquiera una aproximación en volver sobre el tema marítimo, desconociendo más de un siglo en que ambos países habían negociado —sin culminar con éxito ciertamente— una salida soberana de Bolivia al Pacífico.
Como resultado de esta incómoda situación, se produjo la llamada política de “gas por mar”, a lo que se agregó, simultáneamente, el inamistoso asunto de la “molécula”, y, como respuesta, el sorpresivo e injusto retiro del cónsul general de Chile en La Paz, Emilio Ruiz-Tagle, que sólo había expresado su deseo de que algún día el diferendo boliviano-chileno se solucionara en paz. Este enguerrillamiento con Chile, que derivó en un resentimiento de parte de Bolivia, llevó al gobierno de Carlos Mesa a volcar la mirada al Perú, como la única respuesta al empecinamiento chileno de no hablar del asunto marítimo.
Quedó muy claro para la opinión pública boliviana —también para la chilena y peruana— que Bolivia había actuado forzada por las circunstancias. Muy pocos en el país podían creer que una política conjunta para el negocio de los hidrocarburos con Perú podría ser conveniente y tener éxito. Todos sabían que los vecinos peruanos requerían de mercados para colocar sus reservas de los yacimientos de Camisea y que, por lo tanto, no postergarían sus propios intereses por los de los bolivianos. Pero, además, el absurdo de que Perú anunciara que estaba dispuesto a venderle gas natural a Chile, no era otra cosa que un revés para Bolivia.
El gobierno del presidente Eduardo Rodríguez ha comprendido esta situación y el canciller Loayza —tomando distancia con la anterior posición diplomática de la Cancillería— ha anunciado su deseo de revisar de manera cordial y amistosa el sentido de los acuerdos del 2004 con Perú. Ha dicho el Canciller que se debe ir hacia una política de integración energética regional, “sin aislarse ni imponer condiciones imperativas”. Todo está dicho en esa idea.
Por lo tanto, hay que desatar de la mejor forma el nudo del gasoducto peruano y más bien empujar lo que es real, lo que es factible, lo que le conviene económicamente a la nación: el gasoducto del Noreste argentino, que, además de proveer a Argentina, lo podría hacer con el sur de Brasil, Paraguay y Uruguay.