Las elecciones del 30 de enero pasado en Irak, inicialmente proclamadas por Estados Unidos como una victoria para su proyecto político en ese país, parecen haber producido un resultado bien distinto del que buscaba Washington. A medida que avanza el lento escrutinio de los votos, emerge como nítido vencedor en los comicios -que determinarán la integración de una Asamblea Constituyente- el ayatolá chiita Alí-al-Sistani, la figura religiosa más reverenciada del país y cuya visión del futuro Irak poco tiene que ver con la 'democracia a la americana' que quieren establecer allí los estrategas de la Casa Blanca.
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