Martín de Escalada es director de cine publicitario y tiene 35 años. Está desayunando café con leche con tostadas en Bar 6, un moderno bar-restaurante en la calle Armenia, en el barrio de Palermo. Como muchos otros lugares de la zona, este local ofrece Wi-Fi gratis. Es algo que pasa en todo el mundo: las cafeterías han descubierto que la conexión inalámbrica es una manera esencial de dar servicios de valor agregado a los clientes, y saben que entre un lugar con Wi-Fi y otro desconectado muchos clientes no dudarán en elegir el primero. Gracias a la conexión gratuita Wi-Fi, mientras desayuna, Escalada chequea con su notebook el correo electrónico y ve por Internet fotografías de locaciones para un comercial que deberá filmarse en Barcelona. Su computadora suena como un teléfono repentinamente: es su Skype, un programa gratuito que permite hacer comunicaciones de voz, también gratuitas, entre computadoras –o sea, hablar por teléfono gratis–, vía In- ternet. Es una llamada desde la productora de Barcelona para confirmar unos datos y cambios de último momento sobre la filmación. En total, la conversación dura menos de tres minutos de una llamada internacional en horario central. Podría haber durado horas,pero en cualquier caso hubiese sido completamente gratuita. Lo que hizo Martín, y hacen millones de usuarios de Wi-Fi en todo el mundo, es uno de sus principales incentivos para el desarrollo virulento de Wi-Fi, aunque de ninguna manera el único: hablar por teléfono gratis desde cualquier parte del mundo a cualquier parte del mundo. En unos pocos años, dondequiera que vayamos estaremos rodeados de bits y atravesados por ellos. Rápidamente, una esfera invisible, como una cúpula de baja altura armada con pequeñas celdas, envolverá todos los centros urbanos y ofrecerá permanente acceso a Internet. Antenas domésticas ubicadas en los balcones o ventanas de las casas compartirán sus conexiones inalámbricas con la comunidad. También, señales de radio Wi-Max –llamadas también Wi-Fi con esteroides– cubrirán áreas metropolitanas de hasta 48 kilómetros. En algunos lugares, dirigibles aéreos Stratellites volarán por arriba del tráfico de aviones y proveerán de Internet sin cable a áreas sin ninguna infraestructura de telecomunicaciones. Como si se tratara del agua o de la luz, en muchas ciudades del mundo Internet será un servicio público y a veces gratuito. Los alcaldes de París, Filadelfia y San Francisco, entre otros, se disputan ser los primeros en proveer Internet inalámbrica a sus ciudades, y anuncian planes urgentes para construir entre 2006 y 2007 redes Wi-Fi urbanas. De una manera o de otra, millones de personas y objetos se conectarán sin cables. Gracias a Wi-Fi, Internet se despegará definitivamente (ya lo está haciendo a un ritmo incesante) de las computadoras de escritorio y de cualquier vínculo físico con un ámbito o una infraestructura. Su flujo de inteligencia se desplegará sobre el terreno mundial, como si se tratara del sistema nervioso del cuerpo humano, y alcanzará cada esquina, cada bar, escalera, jardín, vehículo, dependencia, casa, autopista… En cualquier lugar, todo estará conectado, todo será alumbrado por Internet. ¿Qué es? Wi-Fi es una tecnología de comunicación inalámbrica de banda ancha creada originalmente para establecer redes locales –conectar computadoras y otros equipos entre sí–. Su uso se expandió rápidamente hasta convertirse en sinónimo de acceso inalámbrico a Internet. El logo en blanco y negro de Wi-Fi (se trata de una marca que pertenece a Wi-Fi Alliance) es utilizado en todo el mundo para identificar puntos de acceso a la Red en espacios públicos. Estos lugares son denominados hot spots y existen en la actualidad contabilizados 103.301 en 115 países, el doble que en 2005, aunque tendríamos que aclarar que su crecimiento es tan dinámico que cualquier censo de hot spots es errado por definición. Los puntos Wi-Fi están distribuidos principalmente en aeropuertos, hoteles, cadenas de cafeterías, museos, casas de comida rápida y, finalmente, esquinas al azar de usuarios pioneros adheridos a FON, la pujante comunidad de usuarios que comparte su conexión inalámbrica en las calles de todo el mundo, creada por el argentino Martin Varsavsky (ver recuadro). Desde los hot spots cualquier persona puede conectarse a Internet –en algunos casos en forma gratuita, a veces pagando– con una computadora portátil o cualquier otro dispositivo que permita una conexión Wi-Fi. En ese simple acto, aunque no se dé cuenta, ese usuario cualquiera podría estar poniendo en jaque de una manera sutil, pero implacable, a las empresas de telefonía, las radios, las discográficas, los diarios y sus clasificados, las páginas amarillas y una infinidad de negocios basados en traficar datos sobre un modelo de telecomunicaciones del siglo XX. Pero el modelo siglo XXI de Wi-Fi podría hacer tambalear, y hasta derribar, casi todo lo conocido. Hola, ¿qué tal? Diego Cabezudo es director de operaciones de FON. Recientemente, el programa español de televisión Redes lo entrevistó para que explicara cómo funcionaba esta red que combina el altruismo con los negocios. Durante la entrevista, tal vez sin querer, tal vez a propósito, Cabezudo realizó una llamada telefónica en la calle a través de Internet utilizando la red Wi-Fi de FON y Skype desde una computadora de mano tan pequeña como un teléfono celular (una pocket PC, como la línea iPAQ de HP o Dell). Lo que se ve en el programa es un ensayo, el paso anterior a lo que muchos llaman el futuro de la telefonía móvil: teléfonos híbridos, como el Nokia 6136 o el Qtek 8310 cuatribanda, que permiten conectarse a redes GSM (como las disponibles en la Argentina para telefonía celular). ¿La diferencia con un teléfono común? Las llamadas Wi-Fi son gratuitas o tienen un costo infinitamente inferior al que hoy están pagando los usuarios en todo el mundo. Martín Varsavsky –creador de FON– lo dice de una manera categórica al referirse a los teléfonos 3G, la tercera generación de telefonía móvil, aún no disponible en nuestro país: “La telefonía 3G es un fracaso de 120.000 millones de euros”. Todo conectado Pero no solamente los teléfonos evolucionan como anfibios para conectarse a Wi-Fi; lo hacen también las cámaras fotográficas, los dispositivos de juego como Play Station Portable, los automóviles, los televisores, los grabadores digitales de audio y video, y las cámaras de seguridad; de alguna manera, todo. Con mayores riesgos comerciales –nadie puede asegurar que van a ser aceptados por el mercado–, aparecen dispositivos específicos cuyo objetivo principal y a veces único es conectarse a Internet Wi-Fi, como es el caso de la PC Ultra Móvil (UMPC) de Microsoft llamada Origami, una pequeñísima pantalla /computadora Wi-Fi sin teclado físico, pero capaz de desplegar un original teclado semicircular sensible al tacto en la pantalla. Origami desea ser una interfaz con el mundo de información disponible en Internet, una especie de medio absoluto y móvil para ver, escuchar e interactuar con todo. En un camino similar se encuentran otras compañías. Nokia, por ejemplo, presentó un inusual dispositivo llamado Nokia 770 Internet Tablet (que no es un teléfono), estrictamente creado para conectarse a Internet en forma inalámbrica. El aparato Wi-Fi, ligero y elegante, cuesta en España 349 euros. Nicolás, un ingeniero civil de 28 años, saca fotos de una obra en construcción con su teléfono celular. En un segundo, las envía por mail a todo su equipo. En Bariloche, en España y en Brasil varios de sus colegas reciben el archivo. “Me interesa que los demás opinen sobre el curso de la obra, pero cada uno tiene sus actividades en lugares diversos. Enriquecemos el trabajo así, y es productivo para todos”: La revolución inalámbrica, que alcanza todas las formas de contenido, empuja a la fotografía a conectarse de manera inmediata con Internet. El boom de los teléfonos con cámara –que hace peligrar la propia existencia de las cámaras fotográficas– permitió desarrollar cámaras digitales como la Kodak EasyShare One, que viene lista para conectarse a Wi-Fi y compartir instantáneamente las fotografías a través de Internet o conectarse sin cables a las impresoras domésticas o de laboratorios profesionales. También los reproductores de música empiezan a conectarse sin cables a Internet, como es el caso del Music Gremlin MP3 Player, un reproductor con el que se puede buscar y descargar música directamente. La lista de dispositivos Wi-Fi es enorme y se agregan cada día más y más: televisores planos, monitores cardíacos, reproductores de video portátiles (Portable Video Players, PVPs) y casi cualquier cosa que se pueda nombrar. En este momento, todo lo que no es conectable a Wi-Fi está en proceso de serlo o aspira a ello, aun sin saberlo. Algo que estaba anunciado dentro de los objetivos del consorcio Cosas que Piensan (Things That Think), del Laboratorio de Medios del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), creado en 1995: “Lograr incluir en los objetos cotidianos capacidades de inteligencia para crear ambientes digitales aumentados”. Ya está sucediendo. La carrera de las ciudades sin cables Antes de fines de este año, Filadelfia, la quinta ciudad más grande de los Estados Unidos, podría convertirse en la primera urbe del mundo 100% Wi-Fi. Con una superficie de 350 kilómetros cuadrados y un costo cercano a los 10 millones de dólares, la gigantesca red no le costará un centavo a la comuna de Filadelfia. La empresa EarthLink se hará cargo del proyecto y de la inversión, y según los comunicados de prensa ofrecerá conexiones de muy bajo costo para toda la población. El 14 de noviembre de 2005, BBC Mundo conversó con Dianah Neff, que lidera el Comité Ejecutivo Wireless Philadelphia, y le preguntó si los ciudadanos tenían derecho a exigir acceso a Internet como si fuera el agua potable o la electricidad. Neff respondió: “Creemos que todos deben tener acceso a Internet para poder tener éxito en esta economía del conocimiento global en que vivimos (…); lo importante es que ese acceso sea universal y a un costo razonable. Y donde el costo sea un problema, allí creo que el Estado tiene un papel que cumplir en asegurar que sus ciudadanos puedan acceder a la Red”. Un mes antes, el 28 de octubre de 2004, la ciudad de Puerto Montt, en Chile, había mostrado qué tan lejos podían llegar las iniciativas públicas para proveer Internet a sus ciudadanos. Ese día, el puerto chileno se convirtió en la primera ciudad de ese país en distribuir completamente gratis conexiones Wi-Fi de 256 Kb. Como parte de un tsunami Wi-Fi, el alcalde de París, Bertrand Delanoë, anunció recientemente el llamado a licitación para dar Internet inalámbrica gratis a toda la capital francesa. También en Toronto, Canadá, se anunció la creación de una red Wi-Fi cuyo acceso será gratuito durante los primeros seis meses y luego tendrá una tarifa mínima. La primera semana de abril, la ciudad de San Francisco sorprendió al mundo al cerrar un acuerdo con las empresas Google y EarthLink, que invertirán 12 millones de dólares para dar Internet Wi-Fi gratis a sus 750.000 habitantes. La lista de ciudades se acrecienta a medida que sus líderes descubren la necesidad estratégica de las metrópolis del siglo XXI, o simplemente cuando ven una excelente iniciativa para ser reelegidos. A pesar de la fortísima oposición de las empresas de telecomunicaciones, que desean proteger sus inversiones de miles de millones de dólares en infraestructura, y que alcanza hasta a la oposición de congresistas republicanos de los Estados Unidos (que impulsan leyes para prohibir que las ciudades desarrollen sus propias redes inalámbricas), Wi-Fi avanza inexorablemente. En apariencia, nada podrá detener su expansión completa y a bajo costo. Esto parece una muy buena noticia para casi todos.
Fuente: Reportaje del diario La Nación de Buenos Aires
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