La OTAN se ha encontrado en Afganistán con un enemigo duro de roer. Lo que comenzó siendo una operación militar masiva de EE UU tras el 11-S para desalojar a un Gobierno fanático que patrocinaba el terrorismo global ha derivado hacia la estabilización y reconstrucción de un país asolado por décadas de guerras y miseria. Muchos afganos, especialmente mujeres, han recuperado en ese proceso la dignidad tras su esclavización por el más abyecto integrismo religioso. Pero la falta de un proyecto riguroso y el incumplimiento por las potencias occidentales de muchas de sus promesas amenazan con hacerlo descarrilar. Resurgen con fuerza los talibanes y Al Qaeda, florece el comercio del opio y la guerra abierta se reinstala en algunas zonas del país centroasiático.
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