Como producto de la imprevisión del gobierno nacional y de responsabilidades compartidas por distintos sectores de la vida nacional, el sistema energético en su conjunto afronta una gravísima crisis. Por un momento, sin embargo, sería conveniente suspender el debate sobre sus causas y abrir un espacio a la reflexión. El abastecimiento de energía atraviesa una hora crítica. Las restricciones comienzan a amenazar el funcionamiento ordenado de la sociedad. Será necesario, entonces, adoptar decisiones muy delicadas y convendría que esas determinaciones se tomen de manera coordinada. La crisis actual está caracterizada por la insuficiencia de la oferta energética, en especial de gas y electricidad, restricción que seguirá haciéndose sentir sobre el país en los próximos meses. Este desequilibrio plantea opciones muy simples: si la demanda excede la oferta y ésta no se puede modificar en lo inmediato, se debe intervenir sobre la demanda para evitar el peor de los escenarios, que es la restricción automática no controlada.
Hoy, el sector industrial, que en condiciones normales representa un tercio del consumo total, sufre cortes en el suministro de gas. También tiene limitaciones en el consumo eléctrico, que en horarios determinados alcanza hasta un 40 por ciento. Tal estrategia, que tiene un altísimo costo productivo, no es la única posible. Se podría restringir menos la demanda, pero sobre un universo más extenso de consumidores. Además de la industria, extenderla a servicios, a la administración pública, al GNC, a la iluminación callejera, a los espectáculos nocturnos y al consumo domiciliario. Esta segunda opción haría posible que el sistema energético funcione con el mínimo de impacto sobre la actividad económica, con un ahorro general menor que el 10 por ciento de lo que se consume.
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