jueves, octubre 07, 2010

Vargas Llosa: el fuego intelectual

Mario Vargas Llosa, aunque ya no sea, como hasta hace muy poco, un trotador empedernido, es un setentón juvenil, de mente y de cuerpo. Si un signo claro de la vejez son la rigidez y el estancamiento de las ideas, Vargas Llosa no ha envejecido. Si el signo más claro de la frescura del pensamiento es, por el contrario, la curiosidad y la capacidad de poner en duda las propias creencias, con una mente abierta, entonces Vargas Llosa es un señor de 74 años que más parece un joven de 37.



No es un traidor a la causa, como lo ha visto la extrema izquierda, sino un hombre fiel -por encima de todo- a unas cuantas convicciones: la de la libertad del individuo, la del rechazo a la coerción por parte del Estado, la del rechazo feroz a las dictaduras, sean estas de izquierda o de derecha. Políticamente nunca estuvo con Cortázar, para quien no eran lo mismo los crímenes de la izquierda que los de la derecha, ni con Borges, quien estuvo dispuesto a recibir honores de Pinochet. Su maestro en asuntos políticos ha sido más bien Karl Popper, con su defensa de la sociedad abierta, y en general los pensadores liberales anglosajones.

El "primer amor" literario del reciente Nobel de Literatura fue teatral y casi prematuro, pues escribió y llevó a las tablas una obra dramática en 1952, cuando tenía apenas 16 años. No podemos saber, sin embargo, cómo serán sus últimos amores, que esperamos sean muchos. Si nos atenemos a lo ambicioso de la novela cuyo lanzamiento está previsto para el 3 de noviembre y cuyo título es El sueño del celta (la cual ocurre en el Congo y también en el Putumayo, en la frontera entre Colombia y Perú), sabemos que seguirá buscando lo imposible, lo que ningún escritor ha conseguido nunca, pero aquello que él y unos pocos más han estado a punto de lograr varias veces: la novela total. De lo que sí podemos estar absolutamente seguros es de que seguirá escribiendo siempre, o al menos hasta el día en que su inteligencia conserve la agudeza, la creatividad y la curiosidad que lo han caracterizado durante más de medio siglo de incesante actividad intelectual.

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