El resultado de las elecciones de Irak, anunciado tras dos semanas de escrutinio, confirma los pronósticos que preveían un reparto de poder que complica el entendimiento en un país dividido étnica y religiosamente. Los chiíes han hecho valer su predominio demográfico y la Alianza Unida Iraquí (AUI), de Abdul Aziz Al-Hakim, ha obtenido el 48% de los votos, logrados gracias al respaldo del ayatolá Ali Sistani, líder espiritual del chiísmo ortodoxo. Las dos minorías étnicas, kurdos y suníes, han elegido destinos distintos. Los kurdos se han unido en una sola lista y han obtenido una representación del 25%, superior incluso a su peso en la población debido al efecto del reglamento electoral por circunscripciones. Por contra, los suníes se han autoexcluido y han pasado de detentar el poder con Sadam a desaparecer del mapa político con un porcentaje del 2% de los votos.
La conclusión es la esperada desde hace tiempo, o los chiíes, que vienen de décadas de opresión bajo la bota suní, aplican con generosidad su nuevo poder o el país estará abocado a padecer la crispación actual que abona el terreno para una guerra civil azuzada por los disconformes suníes.


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