domingo, marzo 27, 2005

El príncipe Rainiero III de Mónaco, a punto de morir, deja su legado

Su alteza permanece en cuidados intensivos y sus 30 mil súbditos se preparan para un nuevo episodio doloroso en el principado. Los pronósticos de los médicos son reservados –este sábado dijeron que hubo una “degradación progresiva” de sus funciones vitales”– y su denso historial médico no es de buen augurio. Su salud se fragilizó desde 1999 cuando fue operado de la aorta y un año después con la ablación parcial de un pulmón se complicó su cuadro clínico. Por último, un doble drenaje de la caja torácica lo llevó a un constante seguimiento en el hospital. El soberano, sin embargo, había superado admirablemente hasta la semana pasada los obstáculos físicos. No obstante, en el Palacio decían que su verdadero dolor era del alma y que ese sufrimiento lo acompañaría hasta la tumba. Hijo de la princesa Carlota de Mónaco y del príncipe Pierre de Polignac, nació el 31 de mayo de 1923, consolidando la dinastía Grimaldi. Una familia originaria de Génova y que desde hace mas de 700 años reina en un pequeño Estado ‘confeti’ de 2,5 km cuadrados entre la costa azul francesa e Italia. Sus padres, preocupados por su educación y su preparación para heredar el trono, lo enviaron a estudiar a Reino Unido, Suiza y Francia, donde optó por profundizar las ciencias políticas. Durante la Segunda Guerra Mundial fue voluntario como extranjero del Ejército francés e incluso fue condecorado con la Cruz de la Guerra. A sus 26 años, murió su abuelo, el príncipe Luis II y al haber renunciado su madre al trono, el joven se convirtió en Rainiero III de Mónaco. Una vida nueva empezó para el príncipe, quien tenía todo para hacer soñar a las jóvenes princesas europeas. Era buen mozo, atlético, inteligente, políglota, cultivado y trabajador, tanto así que sus consejeros comentaban que no le quedaba tiempo para el amor. En efecto, Rainiero se había propuesto modernizar el principado tanto en política como en diplomacia e infraestructuras. También quería desarrollar otros sectores de la economía que no se limitaran a las ventajas fiscales, eso sí, respetando el sagrado secreto bancario.
Cuento de hadas: Pero las personas que realmente lo conocían, aseguraban que Rainiero era muy tímido y que su corazón necesitaba un flechazo. Y sucedió durante el festival de cine de Cannes en 1955. Se encontraba en la ribera francesa la bella actriz estadounidense Grace Kelly, quien fascinó a su alteza. Se iniciaría un romance digno de las películas de Hollywood, que se cristalizó con una boda real de amor en la catedral San Nicolás en Mónaco. Treinta millones de personas en el mundo vieron en directo la transmisión de la ceremonia. La pareja más consentida y admirada de la prensa popular se instaló en el palacio real presentando orgullosamente con el correr de los años a sus herederos: Carolina, Alberto y Estefanía. Elegancia, glamour y felicidad reinaban en Mónaco pese a que varios biógrafos no autorizados aseguran ahora que su vida conyugal no fue color de rosa sino un drama de peleas, alcoholismo e infidelidades. Pero si la relación con su mujer atravesaba altos y bajos, Rainiero no escatimó sus esfuerzos para sacar del oscurantismo a Mónaco. En 1962, promulgó una nueva Constitución que estableció la separación de las funciones administrativas, legislativas y judiciales, y puso fin a la monarquía de derecho divino. Así mismo se empecinó en aumentar la superficie del principado en más de 20 por ciento (domando con tecnología el mar).
La maldición Grimaldi: Todo brillaba en la vida del soberano. Pero la muerte de la princesa Grace el 14 de septiembre de 1982, en un dramático y misterioso accidente de tráfico, sumió a Rainiero en una profunda depresión. Los habitantes de Mónaco aseguran que, desde ese día, no volvieron a verlo sonreír y que lo veían errar como alma en pena por los balcones del palacio. Y el apoyo que fue a buscar al lado de su familia tampoco le sirvió para superar la pérdida su mujer. Por el contrario, los escándalos de sus hijos ahondaron su tristeza y contribuyeron a que se alejara de la vida pública. Después del divorcio del playboy francés Philippe Junot, su hija mayor, Carolina, se casó civilmente con Stefano Casiraghi. Pero una vez más la tragedia apareció en sus vidas con la muerte en 1990 del joven italiano, en un accidente marítimo. Los tres nietos mayores de Rainiero (Andrea, Pierre y Charlotte) quedaron huérfanos de padre a muy temprana edad. La atractiva viuda, que ya esperaba a su hija Alexandra, se casó nuevamente, ahora con un amigo de infancia: Ernst de Hannover. Estefanía, la menor de los Grimaldi, contrajo matrimonio por primera vez con su guardaespaldas Daniel Ducruet. Dos hijos, Louis y Pauline, le dejó ese amor. Su marido la engañó con una modelo belga y los detalles de su relación íntima aparecieron en las primeras páginas de las revistas europeas. Su búsqueda del alma gemela prosiguió dentro de los hombres de su personal de seguridad, con Jean Raymond Gottlieb, padre al parecer de su pequeña hija Camille. Después de dar a luz, la inquieta princesa cambió su casa por una caravana de circo. Por segunda vez dijo ‘si’. Pero duró tan solo 10 meses su unión con el acróbata Adans Lopes Peres. En cuanto a Alberto, las modelos famosas han pasado por su lista de conquistas (Naomi Campbell, Carla Bruni) pero no le han logrado pasar la soga al cuello. En cambio, en el mundillo del jet set europeo crecen los rumores acerca de su homosexualidad, que él, por supuesto, prefiere no comentar. Mala suerte en el amor para los Grimaldi. Se habló incluso de una leyenda cuando una despechada novia, al parecer gitana, de uno de sus antepasados en el siglo XIX, lanzó una maldición contra su familia: ningún Grimaldi encontrará felicidad en el matrimonio. Pero si las historias de alcoba de sus retoños deleitaron a la prensa del corazón, afectaron sobre todo el estado de ánimo del padre. Y no es para menos porque, más allá de la decepción y de la humillación, sus hijos comprometieron el futuro del principado.
Protección francesa
Pese a que Mónaco es un Estado soberano e independiente, sus relaciones con Francia son muy estrechas. Tanto así que hay un tratado (1918) que establece la protección por parte de Paris de su soberanía y el respeto de la integridad de su territorio. Pero de producirse un vacío de poder, es decir, al no haber heredero, los franceses recuperarán el principado. Y conciente de esa terrible posibilidad y apostando por la siguiente generación de los Grimaldi, Rainiero realizó en el 2002 una modificación constitucional. Redujo de 21 a 18 años, la mayoría de edad, para poder acceder al trono. Una maniobra que tendría como objetivo permitirle a su nieto mayor reemplazarlo cuando fallezca. La aparente “designación” de Andrea Casiraghi por su abuelo podría ser el último legado de Rainiero para los monegascos. Un relevo de liderazgo siempre y cuando Alberto acepte renunciar a su derecho y no se abra un debate acerca de la legitimidad de Andrea, al no ser el fruto de un matrimonio católico entre sus padres.

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