Sean Coughlan de la BBC describe lo que ocurre a diario en el subterráneo, o metro londinense una crónica post atentado que vale leer:
Estoy en un congestionado vagón del metro en el centro de Londres y frente a mí hay un hombre del sudeste asiático con una mochila grande, de las que sirven para carga un computador portátil. ¿Es producto de la casualidad que no hay nadie sentado alrededor de nosotros? ¿Es acaso fortuito que este hombre tiene un carnet que lo identifica como empleado de una importante corporación, de manera tan, pero tan obvia, que cuelga de su cuello como un pasaporte abierto? El sistema de transporte público puede ser un mundo de señas y gestos, pero ¿tengo razón al pensar que este hombre frente a mí se ve muy consciente, aunque a veces hunde su rostro en sus brazos como si estuviera dormido? No sé si esa mujer que acaba de ingresar al vagón se volteó hacia otro lado de manera deliberada cuando vio donde (y quienes) estábamos sentados, o si sencillamente fue casualidad. ¿Qué se siente que alguien te de, literalmente, la espalda?. Juegos de la mente. Me cambio de línea y en el próximo tren me siento al lado de una mujer que lleva un velo islámico. Pero aquí todos los asientos aledaños están ocupados y la atmósfera se siente más relajada. ¿Qué pasa por la mente de los pasajeros actualmente? ¿Qué tipo de criterios están utilizando? Todo el metro de Londres en un juego mental, y probablemente sucede así en varios trenes y autobuses del resto del país. Es un juego que se lleva a cabo en silencio, con personas que están inseguras de las intenciones de sus vecinos y que además se sienten culpables de tener semejantes dudas. Luego de los ataques en Londres, es frecuente escuchar historias de gente cambiando de puesto en el metro por pasajeros "sospechosos". Y los blancos de estas sospechas confiesan la frustración que sienten ante la atención, no poco sutil, de sus acompañantes en el metro. A pesar de que la gente suele hablar poco cuando viaja en el subterráneo, pasa de todo dentro de cada quien: miedo ante un peligro inesperado, buscar un cambio de ruta, los cálculos para evitar riesgos, cargos de conciencia al hacer presunciones típicas de los clásicos estereotipos, y hasta rabia al sentir desconfianza de manera injusta. Dejé de llevar mochilas. En un ambiente ahora irreal de lugares conocidos, enfrentando amenazas desconocidas, las personas ahora están fijándose en actitudes y movimientos que antes no hubiesen notado. Cientos de correos electrónicos recibidos en la BBC revelan cómo el desconcierto que se vive en el transporte público actualmente se traduce en toda clase de pensamientos no expresados públicamente. Básicamente, quienes se mueven en el metro han agudizado sus sentidos con respecto a sus compañeros de viaje. Hay rastros de intolerancia y hasta racismo mal disimulado. Pero también hay una retrato, subestimado, de la ansiedad de las personas y la manera en que esto está influyendo en el comportamiento, incluyendo aquellos que dejaron simplemente de utilizar el subterráneo. Marcus, de ascendencia griego-chipriota, tiene su propia estrategia para evitar "miradas raras" en el metro (que él atribuye a su apariencia mediterránea). Para mostrarse "poco amenazador" Marcus ahora lleva una pulsera de la campaña Hagamos Historia la Pobreza (Make Poverty History) y trata de leer siempre el Economist. "Aunque esto suene absurdo, siento que transmite confianza a la gente que viaja a mi alrededor. Claro que todo esto es absurdo, pero estos son los tiempos absurdos en que vivimos", escribe en un correo electrónico. Otro lector, de origen asiático, teme lo que piensa la gente y por ello dejó de llevar mochila. "No la uso más para el trabajo, en la que antes simplemente llevaba mi almuerzo y la camisa para usar en la oficina. Prefiero utilizar una camisa sucia en el trabajo que verme sospechoso. Además a veces prefiero simplemente andar con camiseta cuando viajo, porque evito usar mucha ropa luego del tiroteo", escribe. Esto último se refiere al incidente donde la policía abatió de ocho disparos a un ciudadano brasileño -luego se supo que no tenía relación con los atentados- al no atender la voz de alto. Las sospechas, en parte, las generó un abrigo de invierno que llevaba la víctima en medio de la época actual de verano. También hay personas que han dejado de llevar sus reproductores portátiles de MP3 o I-pods, para evitar desatender órdenes de la policía o que los señalen por llevar cables "sospechosos" dentro de la ropa. Asiento vacío. Al estar del lado que recibe buena parte de la hostilidad, Leila, una mujer blanca convertida al Islam, decidió no usar más el subterráneo. "Puedes sentir el miedo de la gente hacia mi por mi indumentaria claramente musulmán. Muchas veces la gente prefiere mantenerse de pie que sentarse a mi lado, pese a que pueda haber un asiento vacío", señala. Individuos de origen hindú o sikh escriben haber vivido las mismas experiencias de rechazo. "Cuando me monté en el vagón con mi mochila, una persona me vio, espero un par de segundos, se levantó, y se bajó a la plataforma para esperar el próximo tren", comentó Dev. Violencia. Esta desconfianza entre compañeros de viaje es un fenómeno que se alimenta de si mismo, explica el psicólogo Gary Fitzgibbon, de la firma londinense, Fitzgibbons y Asociados. "Se está produciendo un efecto extraño. La alerta ante cualquier amenaza se ha elevado y todo el mundo está viendo a los demás sospechosamente. Por ello las personas se están mirando unas a otras y lo que ven son personas mirándolas sospechosamente, lo que a su vez genera una nueva alerta", dice el especialista. "Son situaciones de extrema ansiedad, y esto puede llevar a la violencia", advierte. Fitzgibbon cree que el miedo es la respuesta natural de una amenaza, pero que la prolongada cobertura mediática, y la manera que la gente sigue hablando del tema de las bombas, puede provocar una respuesta que puede incluso superar la amenaza existente. Y entre tanto miedo, dice, las personas podrían buscar a personas que sean similares, con quienes tengan parecidos, y así evitar a los que son diferentes. Esta reacción ya se está viendo en los correos electrónicos que hemos recibido y podría crear, lo que describió uno de nuestros lectores, que Londres sea la capital mundial "multicultural de pequeños mundos".
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