Por fin se ha despejado el futuro de la gran coalición entre democristianos (CDU/ CSU) y socialdemócratas (SPD) que gobernará Alemania durante los próximos cuatro años, una experiencia que ya se vivió entre 1966 y 1969. Casi dos meses después de las elecciones en las que las dos grandes fuerzas rivales quedaron a tan sólo cuatro escaños de distancia, la futura canciller, Angela Merkel, anunció anteayer el acuerdo entre los dos partidos. El programa de gobierno tiene como objetivo superar la grave crisis económica e invertir la tendencia declinante que vive Alemania desde hace seis años, con 4,5 millones de desempleados (un 11% de la población activa), un crecimiento anual inferior al 1% y un déficit fiscal que incumple desde hace cinco años la exigencia europea del 3% del PIB. "Meter la locomotora en los rieles", en expresión de Merkel, requiere según el pacto una fuerte subida de impuestos y un moderado programa de reformas sociales, lo que ha sido acogido con decepción tanto por los empresarios, temerosos de ahondar la anemia del consumo interior, como por los grandes medios de comunicación, que acusan a Merkel de basar toda solución en los bolsillos de los ciudadanos. De hecho, el programa contradice las promesas electorales de ambos partidos, que han hecho grandes concesiones y cuyas bases ya han mostrado malestar por las renuncias. La subida de impuestos afecta especialmente al IVA, que pasará de un 16% a un 19%, propuesto por la CDU, y habrá un incremento de un 3% a las rentas superiores a los 250.000 euros, defendido por el SPD. El objetivo es ahorrar 35.000 millones de euros - el montante del déficit- mediante esta mayor presión fiscal, el recorte de subvenciones, el atraso de la edad de jubilación de los 65 a los 67 años y una moderada agilización del mercado de trabajo que no satisface a nadie. Angela Merkel, la primera mujer que dirigirá Alemania en su historia, a sabiendas de que el programa de la gran coalición no cumple con las expectativas, se apresuró ayer a reconocer que pide un esfuerzo a los alemanes para frenar el declive del país y que la acción del gobierno será juzgada por la capacidad de generar empleo, que es en definitiva el gran reto de la gran coalición. En el capítulo exterior, la apuesta europea de Alemania es incontestable, con la promesa de relanzar la Constitución durante el semestre de su presidencia, en el 2007, pero con la prevista limitación de su contribución continental al 1% del PIB alemán, al tiempo que apunta hacia el desarrollo del triángulo de Weimar (Alemania, Francia y Polonia). Los dos grandes partidos alemanes estaban condenados a entenderse. Un fracaso en su gestión tendría unas graves consecuencias para Alemania y para Europa entera.
Editorial del diario español La Vanguardia de España.


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