sábado, febrero 25, 2006

Los secretos del viejo Homero


Desde hace siglos asistimos a diversos debates y "cuestiones" en torno de la figura de Homero y de sus poemas épicos, que fundan la literatura occidental. ¿Puede haber novedades? Pues sí. En estas páginas se repasan los descubrimientos arquelógicos que confirman la historicidad de la guerra de Troya y las deducciones históricas y filológicas sobre cuándo y cómo se escribieron la Ilíada y la Odisea. Además, una entrevista con el lingüista que demostró que los poemas homéricos se inspiran en un mito oriental. Quizás esperar hoy noticias frescas de Homero suene absurdamente ingenuo y a la vez demasiado pretencioso. ¿Acaso no ha dicho Homero ya la más importante noticia: que Aquiles abandonó el combate en Troya y hundió a los ejércitos aqueos en una serie de tragedias y derrotas? Esto es lo único que había que saber para dar comienzo a la Ilíada, es decir: a la épica griega y, así, a toda la literatura de Occidente. Y por otra parte, cuántas veces corrimos a escuchar "la última conclusión" sobre las muchas cuestiones homéricas en debate para terminar encontrando, al final de la exposición, el viejo cuento de que "el debate sigue abierto" y que solucionarlo "excede el marco de este trabajo".Sin embargo, una cantidad de investigadores del enigma homérico se han pronunciado en estos años para alentar algunas certezas en relación con las historias que narraba el viejo rapsoda pero también para modificar nuestra visión de la Ilíada y la Odisea, del contexto en el que surgieron y, sobre todo, del significado que tienen para el nacimiento y desarrollo de la cultura literaria occidental. Vayamos por partes. Después de cuatro siglos de discusiones, se puede afirmar que la guerra de Troya que cuenta la Ilíada y que sirve de marco a la Odisea no es únicamente una contienda mítica, sino casi seguramente histórica, según han mostrado las excavaciones que realizó el arqueólogo Manfred Korfmann durante 17 años en lo que fue la antigua ciudad de Ilion, en la actual Turquía. Segundo: el geólogo John Underhill y el filólogo James Diggle aseguran que el final del viaje que cuenta la Odisea, el regreso de Ulises desde Troya a su patria, se puede identificar geográficamente con precisión, si bien sismos y maremotos convirtieron a la legendaria isla de Itaca en la actual península de Paliki. En tercer lugar, las obras de Homero —demos por cierto ahora que el poeta existió con ese nombre, cosa que algunos filólogos rechazaron sobre bases firmes— no son tan, tan antiguas como los mismos antiguos quisieron creer. El español Juan Signes Cordoñer dice que fueron escritas en el siglo VI a.C. y no, como se pensó tradicionalmente, en el siglo VIII a.C.; y que, por lo tanto, no es cierto que la épica y la lírica arcaicas (Hesíodo, Alceo, Estesícoro) dependan formal, temática o estilísticamente de Homero; más bien, es al revés. Pero lo más grave no es que Homero ya no tiene prioridad cronológica alguna, o que no es original (su saga retoma mitologías milenarias): lo realmente grave es que tampoco es griego ni occidental. Los estudios del lingüista alemán Frank Starke sobre las lenguas anatolias de la época arcaica no sólo demuestran la presencia de elementos morfológicos y sintácticos de lengua anatolia en los poemas homéricos, sino que revelan que Homero calcó temas y motivos anatólicos; en fin, que el centro alrededor del cual gira toda la Ilíada, la cólera de Aquiles —reflejada en el mito de Meleagro— se inspira en el arcaico mito anatólico del "dios desaparecido". En pocas palabras: Starke sostiene que la epopeya que funda la cultura literaria de Occidente está copiada de mitos de Oriente. La invención de HomeroLa desproporción entre la suerte literaria (y toda la tradición crítica) que arrastran la Ilíada y la Odisea desde la antigüedad y la tiniebla en la que se encuentra la biografía de su autor, Homero, es un desafío permanente a las que, se supone, son las leyes de la circulación de las obras de arte en el mercado cultural. Desde hace siglos se viene discutiendo si Homero fue un poeta, si fueron dos, o varios, o si nunca existió. El británico Martin West, autoridad mundial en literatura griega arcaica y autor de una reciente edición crítica de la Ilíada, escribió en 1999 un artículo que cifra en su título, "La invención de Homero", todo el problema. La clave, de hecho, está en la ambigüedad del "de" (que puede interpretarse como un genitivo objetivo o subjetivo): la preposición "de" ¿indica que la Antigüedad inventó a Homero o que Homero inventó toda una tradición poética que hoy asociamos con su nombre? Para West, las dos cosas son verdad: Homero es el inventor de "nuestra Ilíada", sin embargo, las fuentes tardías que dan testimonio de la biografía arcaica del poeta son sumamente dudosas; de modo que, en buena medida, Homero es también invento de sus sucesores, los que Píndaro, Isócrates, Platón y Estrabón mencionaban como los "homéridas". Así se hacían llamar algunos cultivadores de la tradición épica, que aparecen en el Ion (530d), el Fedro (252b) y la República (599e) de Platón; se trata de una especie de "gremio de poetas" —para usar la expresión de Walter Burkert— que habría inventado el nombre de Homero, a partir de *homo y de la raíz *ar del verbo ararísko, "ajustar". Según esta etimología, propuesta por Gregory Nagy, Homero significaría algo así como "el que ajusta en uno", algo que coincide con la imagen de los poetas como "cosedores de cantos" que unen viejos cuentos tradicionales en una poesía nueva.En definitiva, un poeta, a quien sus seguidores y difusores llamaron Homero, compuso la Ilíada y la Odisea; pero ¿compuso estos monumentales poemas en forma oral o escrita, tal como los conocemos, con 16 mil y 13 mil hexámetros? Y, más allá del problema complejo de la edición y transmisión de los versos a lo largo de la historia, ¿cuándo llegaron a plasmarse por escrito? Juan Signes Cordoñer, que enseña filología griega en Valladolid, considera que la escritura homérica no está tan ligada a los tiempos arcaicos y dice que, más bien, está bastante próxima a la época clásica. En un volumen que se publicó a fines de 2004, Signes pasa revista a las últimas investigaciones sobre la historia del uso del alfabeto en Grecia y sobre la relación entre literatura oral y literatura escrita; sus conclusiones derriban muchas ideas heredadas sobre la formación de nuestra tradición cultural. Dice Signes que no es cierto, como siempre se ha dicho, que el alfabeto surgió en Grecia para notar la literatura épica. (Esto es un golpe a la idea de que Occidente no vio nacer a la escritura alfabética por necesidades comerciales sino para codificar versos extraordinariamente bellos.) No está probado que hubiera motivos literarios o comerciales para el surgimiento del alfabeto, que fue tomado de los fenicios; y aún considerando que los poemas homéricos sean el primer testimonio de escritura alfabética, no hay por qué suponer que pertenecen al siglo VIII a.C.; por el contrario, Signes aporta, a los ya existentes, una cantidad de argumentos para mostrar que es mejor situar la escritura de los poemas de Homero en el siglo VI a.C., precisamente durante la tiranía de Pisístrato, en Atenas.Según el filólogo español, en el siglo VIII a.C. no estaban dadas las condiciones técnicas para poner por escrito una obra épica monumental como la homérica por dos razones: "no había mecanismos de difusión que hicieran rentable esta copia, ya que no había comercio de libros, ni los aedos bastaban para garantizar una transmisión escrita de los textos o tenían interés en la misma". Aquí se suponen tres cosas bastante discutibles sobre la literatura escrita en tiempos arcaicos. En primer lugar, que ésta debía tener alguna relación ventajosa de "rentabilidad" (¡ah! ¡el viejo oficio de rechazar originales!). En segundo lugar, que precisaba del mercado librero (Joachin Lacatz, célebre especialista en Homero y Troya, objetó el punto: en la Edad Media tampoco había mercado librero pero las copias circulaban profusamente). Y, en tercer lugar, supone Signes que la literatura escrita sólo aparecía allí donde una cantidad considerable de ciudadanos podía leerla. Pero ¿por qué, si se trata de volver más comprensible la transición desde la cultura oral hacia una cultura escrita, vamos a suponer que la transcripción de la literatura épica ya tiene que implicar un público lector (y encima mayoritario)? ¿Esa escritura no podría tener, supongamos, un carácter ritual, fundado, por ejemplo, en cierto sentido de la recuperación de la conciencia histórica? ¿Y si los homéridas, que arbitraban en querellas entre rapsodos, eran los encargados de velar por esa saga? En el túnel del tiempo. En una didáctica y exquisita introducción a Platón, Conrado Eggers Lan distinguió los tres momentos que abarca la poesía homérica: el periodo evocado en los poemas, el de la antigua Micenas, entre los siglos XV y XIV a.C.; el periodo de composición de los "principales temas", entre los siglos XIII y IX a.C.; y el periodo de composición oral y escrita, probablemente la primera en el siglo VIII a.C., y la segunda, en el siglo VI a.C. Es decir, que Homero cuenta algo que ocurrió mil años antes de que él naciera, y lo hace a partir de narraciones forjadas varios siglos años antes de que él naciera. Compuesto el poema en forma oral hacia el siglo VIII a.C., alguien, tal vez Homero, escribió la saga en el siglo VI a.C. Estos saltos temporales —que no explican de por sí la preciosa tensión entre mito e historia, entre ficción y realidad, entre pasado y presente que inunda la Ilíada y la Odisea— son fundamentales, sin embargo, para comprender el contexto en el que se produce y se da sentido al poema. Homero habla a los suyos acerca de guerreros, reyes conquistadores y formas del heroísmo que ya no existen. Su tiempo está atravesado por cambios revolucionarios en la economía (los productos jonios comienzan a ser comercializados, por tanto la era de la piratería y la guerra de conquista deja paso a una etapa de florecimiento comercial), y desde luego, la revolución atraviesa la organización política y social de los griegos. De ahí que la referencia a ciertas prácticas pertenecientes a la desaparecida cultura micénica, así como la presencia de herramientas ya caducas —armas de bronce, por ejemplo— deba tener una explicación: no son reflejos del presente sino huellas del pasado que el poeta recupera con algún sentido. Hoy se interpreta la introducción de elementos micénicos en la Ilíada y la Odisea no como gestos de continuidad cultural con ese mundo extinguido sino como una singular mirada del propio pasado: como un intento de los griegos por forjar una conciencia histórica.La arqueóloga Barbara Patzek demostró en Homero y Micenas, en 1992, cómo ese marco de expansión económica y cultural del siglo VIII a.C. llevó a los griegos a buscar en sus raíces señas de identidad; búsqueda que se manifestó en el culto a las reliquias del pasado y, especialmente, en la aparición de un culto a los héroes vinculado a las antiguas ruinas micénicas. (Los arqueólogos encuentran por primera vez este tipo de cultos en Grecia a partir del siglo VIII a.C.). La Ilíada y la Odisea, ejes de esta construcción de una memoria, también inventan una singular relación con lo divino: por cierto, los dioses homéricos "no son dioses surgidos del culto ni de especulaciones sacerdotales sino que han nacido en la poesía junto con los héroes aqueos".Arte y conciencia de claseEn este panorama, entonces, la respuesta a la pregunta ¿a quién le canta Homero? es crucial para interpretar los poemas. Aquí, las investigaciones más recientes, como las de Signes y como William Thalmann —cuya perspectiva sigue el filólogo español— tienden a ver un Homero bastante más chato y miope de lo que percibieron las generaciones de helenistas precedentes. Para Signes o Thalmann, "el epos homérico refleja una polarización simplista entre aristócratas y esclavos; su visión idealizada de la sociedad aristocrática, además, le impedía dar cuenta de la situación de las clases medias". Hace 50 años se manejaban interpretaciones más sutiles, menos lineales, de la poesía épica; capaces de percibir, en medio del arrebato de heroísmo guerrero, un encuentro desgarrador con la muerte y ciertos límites a la voracidad de los dioses. Walter Kranz señalaba cómo, si bien los "poetas homéricos" cantan para una nobleza militar de capa caída, cuya gloria se va hundiendo en el pasado, no pueden ni quieren dejar de imprimir a su poesía el sello de su propia clase. "Y al acentuar los rasgos horrorosos de la guerra, al señalar límites para los caprichos humanos y divinos, al presentar la negatividad de la muerte en toda su crudeza —escribió Eggers Lan—, Homero actuó como portavoz de esa nueva sociedad".En 1940, atormentada por los horrores de otra guerra, Simone Weil escribió "La Ilíada o el poema de la fuerza", donde enfatizaba cómo todo allí se subordina a la fuerza, que todo lo doblega y destruye, que todo lo vuelve amargo. Weil se preguntaba incluso si los que cantan en la Ilíada no son los propios aqueos, conquistados por los dorios poco después de la victoria en Troya, exiliados, vencidos. Reeditado, el texto de Weil se valora hoy sobre todo por sus marcas históricas, ya que su mirada deja de lado un elemento estético que es central para la Ilíada (y que a Homero no se le escapó). La narración épica, por su violencia espectacular, no es, como cree Weil, puro reflejo del dolor sino el llamado a un placer de irresistible atracción. La industria del espectáculo y cierta literatura de género bien han sabido aprovecharlo.La expulsión de los poetasPara establecer la escritura de la Ilíada y la Odisea en Atenas, en la segunda mitad del siglo VI a.C., durante la tiranía de Pisístrato, se esgrimen hoy interesantes argumentos de carácter político. Tradicionalmente esta hipótesis se rechazó por una razón evidente: si los poemas homéricos se hubieran escrito en Atenas ¿cómo justificar la ausencia casi total de referencias a los héroes atenienses en ellos? Para Signes, esta ausencia confirma la tesis. El razonamiento es un poco complicado pero vale la pena seguirlo.Heródoto, el primer autor griego que cita la Ilíada y la Odisea en su obra, cuenta que Clístenes, tirano de Sición, que estaba en guerra con Argos, habría prohibido a los rapsodos competir en su patria, "a causa de los poemas homéricos, porque en todos ellos se celebraba constantemente a Argos y los argivos". Como Clístenes gobernó Sición entre el 600 y el 570 a.C., se suele concluir, razonablemente, que para entonces la Ilíada ya estaba escrita (pero podría estar compuesta oralmente, no por escrito). Por su parte, Pisístrato gobernó Atenas entre 565 a.C. y 527 a.C. Los pisistrátidas lo hicieron hasta 510 a.C. La tiranía, que promovió la escritura, también impulsó la copia del texto monumental de Homero, como parte de una política cultural que apuntalara su liderazgo en la hélade. Pero para evitar una futura expulsión de los poetas, la edición tenía que suprimir toda mención a héroes atenienses, sobre todo a Teseo y los teseidas, dada la importancia que esta mitología tenía "como fuerza ideológica aglutinadora de la aristocracia opuesta a Pisístrato". A la vez, para "identificar la Ilíada y la Odisea con su programa ideológico, Pisístrato hizo que los aedos destacaran no sólo el papel de Néstor y los nelidas, de los que el tirano se hacía descender, sino el de Atenea, la diosa que Pisístrato buscó como patrona de su política frente al culto heroico de la aristocracia". El "presente hitita"El lingüista Frank Starke, de la Universidad de Tubinga, afirma que la poesía homérica no sólo encontró el motivo de su cantar en Asia, en el recuerdo de una Troya dorada. También absorbió huellas morfológicas, sintácticas y fonológicas de las lenguas anatólicas que se hablaban allí y se nutrió de su mitología, que está en el centro mismo de la Ilíada. Starke, que vino el año pasado, invitado por el Instituto de Historia Antigua Oriental de la UBA, mostró que el mito de Meleagro, que aparece en el canto 9 de la Ilíada para ilustrar las trágicas consecuencias de la cólera de Aquiles y de su alejamiento de la batalla, está tomado del mito anatólico del dios desaparecido. Según el relato oriental, del siglo XVI a.C., el dios de los frutos del campo y los animales se retira encolerizado —las fuentes no indican por qué— con perjuicios para los dioses y los hombres. En la Ilíada, para convencer a Aquiles de que regrese, Fénix, "el viejo conductor de carros", le habla amorosamente y le cuenta la historia de Meleagro, el hijo de Eneo, que en medio de la lucha entre etolos y curetes se va de la batalla, en cólera contra su madre (que lo ha maldecido), y causa toda clase de pérdidas a los etolos. Luego regresa, para evitar la derrota de los suyos. En el mito anatolio, la cólera se aplaca con un ritual, la quema de un leño, que entre los griegos también aparece ligado a la historia de Meleagro. Pero a diferencia del mito original, la historia de Meleagro no tiene final feliz. Claro que eso ya no es anatolio. Eso ya es cosa de nuestra literatura occidental. (¿Occidental?).
Fuente: Revista Ñ del diario El Clarín de Buenos Aires

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