martes, marzo 28, 2006

Lula, cada vez más solo

Si la soledad del poder existe, y la historia ya demostró algunas veces que sí, el presidente Luiz Inacio Lula da Silva está desde ayer más sólo que nunca. Primero lo dejaron los intelectuales que habían hecho del Partido de los Trabajadores (PT) una fuerza más rica que una simple agrupación de sindicalistas encabezada por Lula. Desencantados con los vicios adquiridos en el poder por la fuerza que apoyaban, algunos optaron por el tono crítico y otros por el silencio. Los escándalos de corrupción se ocuparon luego de hacer caer al "hombre fuerte" del gobierno de Lula y quien junto con él construyó el PT, José Dirceu. El ahora ex jefe de gabinete fue señalado como operador de un esquema de recaudación ilegal de fondos para el PT. El año pasado dejó el poder y se convirtió en un paria de la política brasileña. Las denuncias sobre corrupción en el gobierno de Lula hicieron caer también a toda la cúpula del PT -amigos de Lula- y a algunos de sus apadrinados en empresas estatales. Los escándalos, que siguen bajo investigación en el Congreso, llevaron al ostracismo a Luiz Gushiken, "el Chino", como lo llamaba Lula a pesar de que el hombre es descendiente de japoneses. Eran compañeros de la lucha sindical, y Gushiken, como coordinador de la comunicación del gobierno, era el "pensador" de la ética que el PT imaginaba para el país. Avergonzados por la imagen del gobierno, otros amigos de Lula dejaron el Palacio del Planalto con un abrazo fraternal, en busca de mejores ambientes. Unos alegaban querer ocuparse de asuntos personales; otros, problemas de salud; otros, cansancio. No eran figuras conocidas, pero eran vitales en la interlocución diaria de Lula en Brasilia. Ayer, después de hacer equilibrio en el cargo durante varios meses, Palocci también cayó. Llegó a ser el hombre clave del gobierno: no importaba si Lula hacía declaraciones populistas o contradictorias, porque la palabra final en los temas económicos era de Palocci. Sin ayuda de los amigos Golpeado por las denuncias que lo perseguían desde su época de intendente en el partido paulista de Ribeirão Preto, Palocci había transferido la semana pasada su oficina del Ministerio de Hacienda al Palacio del Planalto, la casa de gobierno. La idea era evitar al periodismo, pero hasta podría imaginarse una razón más psicológica. Algo así como una búsqueda de apoyo del amigo en un momento difícil. Mañana, cuando llegue al Palacio del Planalto, Lula percibirá que ya no tiene la compañía de Palocci ni la de ninguno de sus compañeros de construcción del PT ni la de sus amigos de los sindicatos, con los que imaginaba presidir Brasil algún día. En su lugar habrá empleados, de mayor o menor confianza. Salvo alguna que otra excepción, como la del profesor Marco Aurelio García, el incondicional secretario de Asuntos Internacionales, Lula siempre prefirió la compañía de políticos y sindicalistas a la de académicos o burócratas. La soledad del poder lo sorprende seis meses antes de las elecciones. Golpeado por la crisis de corrupción que explotó en junio último y con su entorno desmembrado, tendrá que ser su propio operador político. Nadie duda de su habilidad. Pero la situación le era más cómoda cuando un hombre como Palocci servía de garantía de que el rumbo económico definido no se alteraba. Lula podía permitirse hacer discursos y promesas imposibles, porque al lado tenía a un Palocci que les guiñaba el ojo a los mercados. Y no porque Palocci lo impusiera, sino porque a Lula le funcionaba bien así. Guido Mantega, el sucesor de Palocci, es en cambio un incondicional de Lula. Moderado incluso entre la corriente moderada que Lula encabeza dentro del PT, nadie espera giros a la izquierda ni nada que en principio altere el rumbo de la política económica de respeto a los contratos y responsabilidad fiscal. La diferencia es que a partir de ahora, cuando el presidente Lula en plena campaña se permita hacer promesas típicas de épocas electorales, ya no estará a su lado el amigo Palocci para despejar las incertidumbres.

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