El inesperado viaje de Bush a Bagdad, del que el primer ministro iraquí fue advertido minutos antes de encontrarse con el presidente de EE UU, parece tener mucho que ver con el destello de esperanza provocado por la muerte del terrorista Al Zarqaui y el establecimiento, por fin, de un Gobierno iraquí, seis meses después de las elecciones. Razones de política interior estadounidense son el otro argumento decisivo de este segundo desplazamiento desde la invasión.
Más que enunciar una nueva estrategia de la que por el momento no hay indicios, Bush intenta contrarrestar con grandes gestos su desplome en popularidad por la guerra de Irak. Precisamente uno de los temas a discusión en el gabinete de guerra interrumpido del retiro presidencial era el comienzo de una posible retirada gradual, asunto al que previsiblemente Bush se refería ayer cuando aseguró en su visita relámpago que "EE UU cumple siempre lo que promete". El problema es que su punto de vista tiene ya muy poco que ver con el de la mayoría de sus conciudadanos, después de haber perdido a casi 2.500 soldados y a cinco meses de unas elecciones al Congreso.


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