miércoles, octubre 18, 2006

Ecuador, vuelve y juega

Decir que las elecciones ecuatorianas son un desastre sería exagerar, porque fueron tranquilas y sin fraudes evidentes, al menos hasta ahora. Pero, de resto, se parecen mucho a un caos. Para empezar, las encuestas se equivocaron de medio a medio y la intervención de la OEA como asesora del proceso electoral resultó poco feliz. Por otra parte, la empresa privada brasileña con la que se contrató el conteo rápido de votos resultó un fiasco; suspendió las sumas cuando llevaba el 70,59 por ciento del escrutinio y el Tribunal Supremo Electoral (TSE) se vio obligado a cancelarle el contrato y echarla del proceso.

Con este conteo eliminado -y el escrutinio oficial en manos del lento aparato del TSE-, lo único claro es que los dos candidatos más opcionados para disputar la segunda vuelta, el 26 de noviembre, son el conservador Álvaro Noboa y el izquierdista Rafael Correa. Antes de su suspensión, el lunes, el conteo rápido daba al primero 26,6 por ciento y al segundo 22,51, lo que motivó una protesta de Correa por eventual fraude en su contra. Pero en el escrutinio oficial, que ayer llegaba al 59,9 por ciento del total de votos, estaban casi empatados, Noboa con el 25,31 por ciento y Correa con el 24,58. Gilmar Gutiérrez (hermano del defenestrado ex presidente Lucio Gutiérrez), con 16,08 por ciento, se peleaba el tercer lugar con León Roldós (15,77), al que todas las encuestas habían vaticinado ese puesto.
Ninguna de las tres opciones es muy satisfactoria para Ecuador, un país que en los últimos nueve años tumbó a tres presidentes y padece una fuerte anemia democrática: en 1997, el Congreso declaró mentalmente incapaz a Abdalá Bucaram, en el 2000 una huelga general derrocó a Jamil Mahuad y hace un año otro movimiento depuso al impredecible coronel Gutiérrez. Bien merecía el vecino país que estos comicios le permitieran elegir con transparencia y prontitud un buen candidato.
Pero han querido las urnas que los favorecidos sean tres populistas de distintos colores. Noboa es un magnate cuya claridad de ideas para ganar dinero se opaca a la hora de pensar como estadista; se considera un poco enviado de Dios y otro poco ángel del capital para ayudar a los pobres. Firme aliado de George W. Bush, anunció que romperá relaciones con Hugo Chávez, un acto de impredecibles consecuencias en la compleja circunstancia latinoamericana.

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