viernes, octubre 27, 2006

La India, espiritualidad llega a través de SMS, templos multimedia y telepredicadores

Cuando el famoso actor de Bollywood Amitabh Bachchan se recuperaba recientemente de una delicada intervención quirúrgica hizo una promesa: si salía vivo regalaría "algo único" al templo Venkateswara de Tirumala, en el estado indio de Andra Pradesh. Acostumbrados a tales ofrecimientos, los administradores del templo enviaron a un equipo de auditores que valoró el patrimonio de la estrella y le instaron a que su ofrenda no fuese inferior a los dos millones de dólares. Otro de los ocho millones de devotos que entregan sus donativos cada año en esta fábrica de bendiciones, el también actor Rajnikut, prefirió agradecer la ayuda divina en forma de pantallas de plasma que fueron muy bien recibidas por los sacerdotes hindúes.
La tecnología parece una ayuda venida del cielo que los dioses hindúes no han tardado en aprovechar. Desde hace poco es posible hacer ofrendas económicas vía SMS y obtener a cambio la bendición del dios que a uno le despierte más devoción e incluso ingresar en un cajero automático la cantidad deseada para disfrutar instantáneamente de la predilección divina. Luego se va al templo, se deposita el resguardo junto al altar de Krishna... y listo. Aunque, puestos a elegir un altar, hay pocos más espectaculares que el del flamante templo Akshardham de Nueva Delhi. Inaugurado hace un año por el presidente Abdul Kalam, podría tomarse por uno de los monumentos construidos hace cientos de años que hay en este país... si no fuera por los efectos especiales, rayos láser y hasta robots que convierten la visita al recinto sagrado en una experiencia más tecnológica que religiosa. Y es que la fe, o el misticismo, pueden llegarle a uno de la manera más insospechada, hasta sin cables de por medio. La pequeña ciudad de Dharamsala, en la falda de los Himalayas, es desde hace mucho tiempo la capital del gobierno del Tíbet en el exilio. Ahora es, además, la capital wifi del budismo. En 2005, un israelí proveniente de Silicon Valley decidió instalar, junto a un monje budista, una red inalámbrica de acceso a internet de la que ya disfrutan hoy más de 2.000 usuarios sin tener que pagar nada. Su objetivo es ampliar la cobertura de la red a otros lugares cercanos y puede que la nutrida comunidad budista, neo-hippy y mística en general, en gran parte occidental, decida cargar con su ordenador portátil la próxima vez que viaje allí para explicar a sus amigos por correo electrónico cómo progresa su espiritualidad. Hay quien, sin embargo, prefiere ir a donde está la fe en lugar de esperar a que le llegue. En las afueras de Pune, cerca de Bombay, está el Resort Internacional de Meditación de Osho, una auténtica ciudadela con su propio auditorio, una biblioteca, un complejo residencial, muchas tiendas e incluso su propio periódico, que publica puntualmente el "no-pensamiento" del día. Para integrarse en esa comunidad es imprescindible comprar túnicas blancas de meditación, un cojín para meditar, calcetines para andar descalzo, comer solamente en los restaurantes del Resort y adquirir un pase en forma de pegatina que "autoriza" a su afortunado poseedor a reflexionar en una de las sesiones comunales. Eso sí, hay pegatinas válidas para cinco sesiones a un precio especial. Para los bolsillos más modestos siempre queda la televisión, donde se puede ver cada mañana al inefable gurú Sai Baba citando en la misma frase al Corán, a Sócrates y a Marx, o sacándose joyas de la boca sin parar. ¿Su máxima? Haz lo que quieras, pero de una manera consciente y libre. En cualquier caso, si uno intenta alguna de estas fórmulas de espiritualidad a la carta y se siente decepcionado, no debe preocuparse: su caso no será el primero.

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