Era ayer tan sólo el segundo día de la reanudación de las conversaciones de los llamados Seis (las dos Coreas, EE UU, China, Rusia y Japón) para intentar buscar una fórmula de persuadir a Corea del Norte de que renuncie pública, oficial y efectivamente a un arsenal nuclear que todo el mundo da ya por existente. Antiguos aliados, enemigos y vecinos del régimen comunista de Pyongyang han tenido finalmente que aceptar que Corea del Norte es un interlocutor imprescindible por mucho que repugne su sistema, su presidente y sus formas de trato diplomático. Pero Kim Jong Il es consciente de las grandes diferencias existentes entre quienes se sientan a la mesa frente a su delegación y sabe capitalizarlo.
Son muchos los factores que hacen temible la insolencia del régimen norcoreano, que exige todo a cambio de nada a la comunidad internacional. Se ha presentado como un auténtico energúmeno nuclear en unas negociaciones en las que algo podría sacar para paliar la inmensa tragedia de su población civil a cambio de una mínima actitud apaciguadora. Exige Kim Jong Il el levantamiento de todas las sanciones estadounidenses y del mismo Consejo de Seguridad de la ONU y no ofrece nada. Es terrible que un país que mantiene a su propia población en hambruna permanente y terror continuo se presente a unas negociaciones con las grandes potencias internacionales con provocación semejante. Todos han dicho ya que esta actitud convierte casi en absurdas las conversaciones.
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