El hecho de que el dictador cubano Fidel Castro no haya hecho su tan esperada reaparición en la marcha del Día del Trabajo me lleva a concluir que, a pesar de recientes indicaciones de que se estaba recuperando de la enfermedad que lo obligó a delegar poderes hace nueves meses, su salud está peor de lo que muchos pensábamos. ¿Por qué pienso eso? No es por ningún diagnóstico médico, sino por un diagnóstico político. La marcha era un momento clave para Castro, y no sólo porque el acto anual ha sido tradicionalmente una de sus celebraciones favoritas.
A diferencia de otros grandes eventos públicos a los que no asistió en meses recientes -incluyendo la cumbre de los No Alineados en septiembre y la celebraciónpostergada de su cumpleaños numero 80 en diciembre -había razones políticas por las que Castro no se hubiera perdido este evento por ningún motivo si hubiese podido estar allí. Había equipos de televisión de todo el mundo que habían llegado a Cuba días antes, tras crecientes especulaciones de que Castro haría su reaparición triunfal el Día del Trabajador. Y estar presente le hubiese dado a Castro un podio inmejorable para atraer la atención mundial a su nueva cruzada para lograr que las Naciones Unidas condenen a los Estados Unidos por la reciente liberación provisional del presunto terrorista anticastrista Luis Posada Carriles.
La reaparición de Castro - incluso si sólo hubiera estado presente para observar el desfile en silencio por unos minutos- no sólo hubiera marcado su retorno victorioso del umbral de la muerte, sino que también hubiera inyectado nuevos bríos a su régimen. Después de semanas de esfuerzos infructuosos de Cuba y Venezuela por convertir la liberación bajo fianza de Posada Carriles en una causa universal, la reaparición de Castro le hubiese ayudado a instalar el caso en la agenda internacional.
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