Las líneas están trazadas. Mientras las naciones industrializadas del Grupo de los Ocho (G-8) se reúnen en Heiligendamm, las fuerzas agrupadas para combatir el calentamiento global se han dividido en campos rivales. Alemania y Gran Bretaña quieren una discusión urgente sobre un nuevo tratado ambiental, que entre en vigor cuando el Protocolo de Kyoto expire en 2012. Hablan de introducir severas medidas para controlar las emisiones de carbono y limitar el aumento de las temperaturas a dos centígrados durante las próximas cuatro décadas. Los Estados Unidos, mediante una iniciativa propia, se oponen a lo que consideran objetivos y plazos arbitrarios. Veremos qué sucede. Pero mientras Estados Unidos y Europa deliberan, algunos hechos están más allá de cualquier discusión.
En primer término, la ciencia es clara. El calentamiento de la Tierra es inequívoco; nosotros, los seres humanos, somos la causa principal. Segundo, ahora es el momento de actuar. El costo de no hacerlo, según coincide la mayoría de los economistas, excederá el costo de actuar antes, probablemente en varios órdenes de magnitud. Actualmente, la solución del día -la furia por el comercio carbonífero- no es sino una de las armas de nuestro arsenal. Las nuevas tecnologías, la conservación de la energía, los proyectos forestales y los combustibles renovables, así como los mercados privados, deben todos formar parte de una estrategia de largo plazo. Existe un tercer hecho, a mi juicio, el más importante de todos. Se trata de una cuestión de equidad, de valores, que figura entre los grandes imperativos morales de nuestra era. El calentamiento global nos afecta a todos, aunque a cada uno de manera diferente. Las naciones ricas cuentan con los recursos y la capacitación de adaptarse. Un agricultor africano, que pierde cosechas por la sequía, o un isleño de Tuvalu preocupado porque su aldea podría pronto quedar sumergida, son infinitamente más vulnerables. Es una división conocida: ricos y pobres, el Norte y el Sur. Dicho categóricamente, las soluciones para el calentamiento global propuestas por las naciones desarrolladas no pueden surgir a expensas de los vecinos menos afortunados del planeta. Cierto sentido de la dimensión humana debería regir cualquier cuestión que nosotros, los pueblos del mundo, debemos afrontar, incluido el cambio de clima. Lo considero un deber, una extensión de la sagrada obligación de proteger, que es el fundamento de la ONU.
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