El gobierno mexicano acaba de emprender una expedición punitiva contra cuadros corruptos de la Policía Federal Preventiva y la Policía Fiscal, entidades encargadas de luchar contra el crimen y el narcotráfico. Ante la evidencia de que no cumplían su propósito a cabalidad, el presidente Felipe Calderón destituyó a 284 directivos de las dos instituciones, incluidos 34 comandantes. En los últimos meses ya habían sido expulsados o detenidos cientos de agentes y oficiales. Paulatinamente, el gobierno incorporará nuevas unidades más jóvenes y calificadas y creará un cuerpo especial integrado por 8.500 agentes con formación universitaria.
La medida de Calderón es un acto de defensa. El avance del narcotráfico ha creado un delicado estado de emergencia en México, que el presidente Fox, en su momento, y su sucesor han enfrentado hasta ahora sin grandes resultados. Los carteles de la droga tienen poder inmenso, y algunos puntos son hoy verdaderos pueblos de frontera donde prevalece la ley del revólver. Tres ciudades -el Distrito Federal, Nuevo Laredo y Ciudad Juárez- figuran en la lista de las más violentas del continente. Aun lugares que fueron relativamente tranquilos, como Veracruz, se abisman por el alto índice de asesinatos en los últimos meses. El narcotráfico está penetrando estados del sur, como Guerrero y Oaxaca, de manera similar a como ya lo hizo en los estados fronterizos del norte del país. En Sonora, donde hace algunas semanas se produjo una batalla campal entre policías y mafiosos que dejó 22 muertos, cerró sus puertas un periódico, asediado por las amenazas, y en Monterrey secuestraron a dos reporteros de televisión. Las guerras entre carteles dejan víctimas casi a diario, mientras crecen el consumo interno de droga -20 por ciento en el 2006- y el tráfico a Estados Unidos: hace un tiempo fue descubierto un túnel para atravesar la frontera bajo tierra.
Sería peregrino pensar que el auge del narcotráfico en México constituye buena noticia para Colombia. Aunque es verdad que hasta allí se trasladó una parte de la operación financiera y de transporte que alguna vez controlaban las mafias colombianas, existe cercana y nefasta vinculación entre unos y otros. Recientes declaraciones del capo antioqueño Fabio Enrique Ochoa Vasco, que habría 'trabajado' un tiempo en México, aseguran que los paramilitares de Salvatore Mancuso exportaban droga a través de ese país y compraban armas a traficantes allí establecidos. Y sicarios colombianos estarían colaborando con los carteles 'manitos'. Bienvenida, pues, la campaña depuradora del presidente Calderón, aunque cada vez se ve más claro que la verdadera solución del problema no radica en las armas, la fumigación o las cárceles. En el campo de la lucha contra el narcotráfico, México puede aprender de Colombia. Y la dramática experiencia de ambas naciones debería servir para inducir un cambio en la fallida y costosa 'guerra contra las drogas'.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario