Si hay un momento que puede resumir las 15 horas de comparecencia del general David Petraeus ante las dos Cámaras del Congreso estadounidense es el de su breve diálogo, el martes, con el senador de Virginia John Warner, un veterano republicano que está cumpliendo su última etapa en el Capitolio y que se expresa con la autoridad de su experiencia y la libertad de su inminente retirada.
"No sé si lograr nuestros objetivos en Irak mejorará la seguridad en EE UU", dijo el militar
-General, ¿puede usted asegurarme que la actual estrategia hará a EE UU más seguro?
-Creo, ciertamente, que se trata del mejor camino para conseguir nuestros objetivos en Irak.
-¿Eso hará más seguro a Estados Unidos?
-La verdad es que no lo sé.
-General, ¿puede usted asegurarme que la actual estrategia hará a EE UU más seguro?
-Creo, ciertamente, que se trata del mejor camino para conseguir nuestros objetivos en Irak.
-¿Eso hará más seguro a Estados Unidos?
-La verdad es que no lo sé.
No hay duda de que a poco que el general Petraeus hubiera podido responder afirmativamente a esa pregunta, lo habría hecho. Pero, tratándose del militar íntegro y responsable que está demostrando ser, no respondió simplemente porque no tenía palabras para hacerlo. Su dramático reconocimiento de que no sabía si la guerra de Irak mejoraría la seguridad de EE UU y la diferencia reconocida entre "los objetivos en Irak" y "la seguridad de EE UU" hablan por sí solos de la tremenda inconsistencia de esta guerra. Si no se está librando para reforzar la seguridad de EE UU, ¿para qué se está haciendo? ¿Cuáles son los objetivos en Irak? ¿Por qué hay que seguir allí? De los objetivos originales, por supuesto, todo el mundo se ha olvidado ya. Las armas de destrucción masiva y la vinculación de Sadam Husein al 11-S resultaron ser meros recursos de intoxicación. Sobre la marcha, se fueron señalando otros objetivos: la democratización de Irak, su conversión en un modelo de convivencia para la región... Todos ellos quedaron bajo los escombros creados por los coches bomba y la violencia indiscriminada. Surgió entonces la necesidad de estabilizar Irak y combatir a una pujante Al Qaeda, inexistente antes de la invasión.
Hoy, ni eso está claro. Muchos congresistas, entre ellos Hillary Clinton, tienen dudas de que los propios iraquíes quieran estabilizar su país, sino al contrario, luchar por el poder entre las etnias y religiones rivales. Y, en cuanto al combate a Al Qaeda, aún son mayores las dudas sobre si esta guerra no está, al contrario, reforzando a la organización terrorista. El general Petraeus y el embajador de EE UU en Bagdad, Ryan Crocker, como buenos profesionales que son, contaron al Congreso que están haciendo tímidos pero significativos avances en su misión. Lo cual parece ser cierto. Pero su testimonio no ha desvanecido sino aumentado las dudas sobre cuál es su misión y si ésta merece la pena. El embajador llegó a reconocer que "no va a haber un momento preciso en el que declarar la victoria en Irak". Quizá, simplemente, porque esa victoria ya no está al alcance. Ambos anticipan, además, un larguísimo trabajo sin un horizonte cierto. "Vamos todo lo rápido que podemos, pero es difícil ver un horizonte a largo plazo con la situación que tenemos entre manos", reconoció ayer Petraeus ante los periodistas. "Aquí no hay un interruptor mágico para encender la reconciliación nacional; no hay más vía que dedicar tiempo y esfuerzo", añadió Crocker.
A cambio de tan inciertas perspectivas, el jefe militar en Irak ofrece una modestísima reducción de tropas que culminaría el próximo verano dejando sobre el terreno el mismo número de soldados que había en diciembre pasado, 130.000. E incluso esta reducción parece motivada más bien por las dificultades del Pentágono para encontrar fuerzas suficientes para cumplir los plazos de rotación en Irak y Afganistán.
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