La aceptación de la OEA de reincorporar a Cuba al Sistema Interamericano es, hasta ahora, el episodio más relevante de una larga transición: la de las relaciones entre los países de la región y el régimen cubano, y la que experimenta en su seno ese mismo régimen.
El levantamiento condicional de las restricciones que impedían a Cuba volver a la OEA se explica mejor a la luz de la emergencia, desde comienzos de siglo, de un conjunto numeroso de gobiernos de centroizquierda en América latina. Las principales cancillerías de la región programaron para sus presidentes durante el último lustro una incesante peregrinación que convirtió a La Habana en La Meca. Ese tráfico se explica no sólo en el interés por atenuar el aislamiento de los Castro. Esas visitas también abonaron el marketing doméstico de líderes como Michelle Bachelet, Luiz Inacio Lula da Silva, Tabaré Vázquez o Fernando Lugo -el último en llegar, anteayer-, sospechados por sus seguidores más antiguos de haberse rendido a las prescripciones del mercado y la política burguesa.
Para percibir el ritmo de esta estrategia basta comparar las trabajosas participaciones de Fidel Castro en las Cumbres Iberoamericanas de los años 90 -la única plataforma regional que se le ofrecía y en la que debió soportar las catilinarias de José María Aznar-, con el clamor que se oyó en la reciente Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago, donde todo el continente abogó frente a Barack Obama para que Estados Unidos levante el embargo contra la isla. En ese coro sobresalió la voz del secretario general de la OEA, José Miguel Insulza.
Esta transformación del nexo entre Cuba y la región está desde comienzos de este año sobredeterminada por el cambio en el vínculo entre ese país y Estados Unidos.
Siga leyendo el artículo de opinión del diario La Nación de Buenos Aires
El levantamiento condicional de las restricciones que impedían a Cuba volver a la OEA se explica mejor a la luz de la emergencia, desde comienzos de siglo, de un conjunto numeroso de gobiernos de centroizquierda en América latina. Las principales cancillerías de la región programaron para sus presidentes durante el último lustro una incesante peregrinación que convirtió a La Habana en La Meca. Ese tráfico se explica no sólo en el interés por atenuar el aislamiento de los Castro. Esas visitas también abonaron el marketing doméstico de líderes como Michelle Bachelet, Luiz Inacio Lula da Silva, Tabaré Vázquez o Fernando Lugo -el último en llegar, anteayer-, sospechados por sus seguidores más antiguos de haberse rendido a las prescripciones del mercado y la política burguesa.
Para percibir el ritmo de esta estrategia basta comparar las trabajosas participaciones de Fidel Castro en las Cumbres Iberoamericanas de los años 90 -la única plataforma regional que se le ofrecía y en la que debió soportar las catilinarias de José María Aznar-, con el clamor que se oyó en la reciente Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago, donde todo el continente abogó frente a Barack Obama para que Estados Unidos levante el embargo contra la isla. En ese coro sobresalió la voz del secretario general de la OEA, José Miguel Insulza.
Esta transformación del nexo entre Cuba y la región está desde comienzos de este año sobredeterminada por el cambio en el vínculo entre ese país y Estados Unidos.
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