En su inmortal monólogo, Hamlet se preguntaba si era "más noble sufrir las adversidades de la vida o, alzándose en armas contra un piélago de dificultades, hacerlas frente y terminar con ellas". He aquí el dilema que atormentaba al príncipe de Dinamarca y el que parece atenazar la voluntad del presidente Barack Obama en un asunto como Afganistán, que definirá el éxito o el fracaso de su presidencia. Durante su campaña electoral y en los primeros meses como comandante en jefe, Obama parecía tener clara la estrategia a seguir en el conflicto afgano, definido por el propio presidente como "una guerra necesaria y no optativa" como la de Irak. Y para cubrir las necesidades de esa guerra, el jefe del Ejecutivo estadounidense decidió el envío de 21.000 tropas procedentes de Irak, principalmente marines, al tiempo que procedía a la destitución fulminante del anterior jefe de las fuerzas estadounidenses y de la OTAN, general David McKiernan, sustituido por uno de los máximos expertos en antiinsurgencia del Ejército de EE UU, el general Stanley McChrystal, protagonista, a las órdenes del general David Petraeus -actual jefe del Comando Central, que controla todas las acciones militares y de seguridad en Oriente Medio-, de la derrota de la insurgencia iraquí. Obama creía que con un aumento de fuerzas y un cambio de estrategia podría conseguir en Afganistán resultados parecidos a los logrados por George W. Bush en Irak a partir de 2007. Un país medianamente estable, con una estructura de gobierno funcional y unas fuerzas de seguridad capaces de garantizar la estabilidad.
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