Por Steven Erlanger para The New York Times, traducido por el diario La Nación de Buenos Aires.
El legado histórico de 1989, cuando cayó el Muro de Berlín y se descongeló la Guerra Fría, es tan político como la agitación social de ese año decisivo.
Los acontecimientos de 1989 provocaron una notable transformación de Europa, que ahora está integrada y libre, y dieron lugar a una Alemania reunificada, hitos que se recuerdan con celebraciones en todo el continente.
Pero el año 1989 también creó las nuevas divisiones y feroces nacionalismos que aquejan hoy a la Unión Europea, entre el Este y el Oeste, entre Francia y Alemania, entre Europa y Rusia.
Algo de la intensidad de esas divisiones se manifiesta en el tironeo, tanto en Europa como en Estados Unidos, con respecto al crédito de los logros de 1989: si se deben especialmente al decidido anticomunismo de Ronald Reagan o, por el contrario, al tratamiento de guante blanco que muchos en Europa concedieron al Este.
Para James M. Goldgeier, historiador de la Universidad George Washington, "el mayor problema que se ha debatido desde hace 20 años es quién recibe el crédito". Según este experto, en Estados Unidos casi todo el crédito corresponde a Reagan y a su agresivo gasto militar y su hostilidad hacia el comunismo. Esa opinión ha eclipsado otro punto de vista estadounidense que afirma que la globalización y la democratización fueron tan poderosas que era inevitable la aparición de un Mikhail Gorbachov y que la Guerra Fría terminó gracias al "poder blando": la propaganda, la diplomacia y los acuerdos de Helsinki.
Robert Kagan, historiador de la Fundación Carnegie de Washington, apuntó que en Europa hay otra versión sobre las causas de la caída del Muro de Berlín: "Si el 90 por ciento de los estadounidenses dicen que el muro cayó gracias a la firmeza de Estados Unidos, el 99 por ciento de los europeos creen que ocurrió porque ellos fueron blandos?, que el Muro cayó gracias a la Ostpolitik y a la televisión de Alemania occidental".
Pese a los desacuerdos, Ronald D. Asmus, subsecretario de Estado para Europa durante el gobierno de Clinton y director en Bruselas del German Marshall Fund, cree que lo que ocurrió fue sorprendente: "Si alguien me hubiera preguntado en 1989 si tendríamos todos estos países en la OTAN y en la Unión Europea, yo me habría manifestado incrédulo. Hemos olvidado que fue un gran logro histórico: el corazón de Europa central y de Europa del Este está en paz. No se han resuelto del todo los problemas, pero se han atemperado y tenemos mejores posibilidades de resolverlos".
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El legado histórico de 1989, cuando cayó el Muro de Berlín y se descongeló la Guerra Fría, es tan político como la agitación social de ese año decisivo.
Los acontecimientos de 1989 provocaron una notable transformación de Europa, que ahora está integrada y libre, y dieron lugar a una Alemania reunificada, hitos que se recuerdan con celebraciones en todo el continente.
Pero el año 1989 también creó las nuevas divisiones y feroces nacionalismos que aquejan hoy a la Unión Europea, entre el Este y el Oeste, entre Francia y Alemania, entre Europa y Rusia.
Algo de la intensidad de esas divisiones se manifiesta en el tironeo, tanto en Europa como en Estados Unidos, con respecto al crédito de los logros de 1989: si se deben especialmente al decidido anticomunismo de Ronald Reagan o, por el contrario, al tratamiento de guante blanco que muchos en Europa concedieron al Este.
Para James M. Goldgeier, historiador de la Universidad George Washington, "el mayor problema que se ha debatido desde hace 20 años es quién recibe el crédito". Según este experto, en Estados Unidos casi todo el crédito corresponde a Reagan y a su agresivo gasto militar y su hostilidad hacia el comunismo. Esa opinión ha eclipsado otro punto de vista estadounidense que afirma que la globalización y la democratización fueron tan poderosas que era inevitable la aparición de un Mikhail Gorbachov y que la Guerra Fría terminó gracias al "poder blando": la propaganda, la diplomacia y los acuerdos de Helsinki.
Robert Kagan, historiador de la Fundación Carnegie de Washington, apuntó que en Europa hay otra versión sobre las causas de la caída del Muro de Berlín: "Si el 90 por ciento de los estadounidenses dicen que el muro cayó gracias a la firmeza de Estados Unidos, el 99 por ciento de los europeos creen que ocurrió porque ellos fueron blandos?, que el Muro cayó gracias a la Ostpolitik y a la televisión de Alemania occidental".
Pese a los desacuerdos, Ronald D. Asmus, subsecretario de Estado para Europa durante el gobierno de Clinton y director en Bruselas del German Marshall Fund, cree que lo que ocurrió fue sorprendente: "Si alguien me hubiera preguntado en 1989 si tendríamos todos estos países en la OTAN y en la Unión Europea, yo me habría manifestado incrédulo. Hemos olvidado que fue un gran logro histórico: el corazón de Europa central y de Europa del Este está en paz. No se han resuelto del todo los problemas, pero se han atemperado y tenemos mejores posibilidades de resolverlos".
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