sábado, noviembre 14, 2009

Obama inaugura con China un nuevo orden

Sentando por primera vez en público uno de los principios fundamentales de su política exterior, Barack Obama aseguró este sábado que "no pretende contener a China" y que el auge incontenible de ese país no es una amenaza sino "una fuente de fortaleza para la comunidad de naciones". El presidente estadounidense anunció que su intención es la de colaborar con China en su nuevo papel de gran potencia y hacerlo de una manera pragmática, sin permitir que las diferencias sobre derechos humanos creen conflictos que podrían ser peligrosos para la paz mundial.

Se trata de la consumación oficial del nuevo orden internacional que nace en Asia. Un orden que Obama ha venido a validar con esta gira y con un discurso, pronunciado este sábado en Tokio, en el que establece las principales reglas del juego para encarar un futuro que ya está aquí.

Entre esas reglas, explicó Obama, Estados Unidos se mantiene fiel a las alianzas heredadas de la II Guerra Mundial, pero reconoce la necesidad de otras nuevas que reflejen de forma más realista el poder alcanzado por este continente en los últimos años, un poder que no es sólo económico o militar, sino el fruto de una combinación de eficacia colectiva e impulso individual que ha acabado afectando a la actividad cotidiana de cada uno de los seres sobre el planeta. El poder asiático marca nuestras vidas de una forma menos revolucionaria que el comunismo, pero quizá más determinante.

EE UU, como país geográficamente del Pacífico y como potencia aún con los mayores recursos y los valores dominantes, intentará mantenerse al frente de este nuevo orden naciente, pero lo hará en estrecho entendimiento con China, con quien Obama entiende que hoy es necesario negociar cualquier problema global, desde Afganistán hasta el cambio climático o la proliferación nuclear.

El discurso de este sábado en Tokio, por tanto, no es, como han sido otros anteriores en sus desplazamientos al extranjero, una hermosa apelación al entendimiento sino un humilde reconocimiento de que el mundo está cambiando de dueños o, simplemente, está empezando a existir sin dueños claros a los que obedecer.

Pese a todos los años que China lleva pujando en el escenario internacional, éste es apenas el comienzo de su reconocimiento oficial como legítima gran potencia. Gobernado por un sistema opuesto a la democracia y con una cultura ajena a la que hasta ahora ha predominado desde Occidente, las consecuencias del ascenso de China son todavía una gran incógnita, una oportunidad de diversificación para quienes abominan del unilateralismo estadounidense, pero un gran peligro para quienes ponen por encima de todo el aprecio por la democracia y los derechos humanos.

Éste es el contexto histórico en el que Obama llega esta noche a Shanghai y que quiso definir previamente en su importante alocución en Tokio ante representantes de la sociedad civil japonesa. Para esa audiencia, toda esta transformación es confusa y paradójica: un país al que Estados Unidos ha hecho tanto daño y que tanto ha hecho por los propios Estados Unidos después, se encuentra ahora en el medio de un sándwich de la historia, atrapado entre las fuerzas que hoy reinan y las que vienen a reinar.

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