viernes, agosto 13, 2010

Rusia digiere sus tragedias

Hace diez años, Rusia perdió la joya de su marina de guerra, el submarino nuclear K-141 Kursk. El entonces presidente y hoy primer ministro, Vladimir Putin, se reunió ese 12 de agosto con su familia en Sochi y no interrumpió sus vacaciones. Tampoco ayer ningún representante del Kremlin tuvo a bien asistir a los actos, numerosos en todo el país, celebrados en honor de los 118 tripulantes del Kursk, cuya muerte fue especialmente perra para los 23 supervivientes que ganaron un compartimento del submarino a la espera de un rescate que nunca llegó.



"Tenían que haber estado aquí", opinaba ayer Lidia Panarina, madre de una de las víctimas del Kursk enterradas en San Petersburgo, donde hubo uno de los actos más emotivos.

Acaso Lidia Panarina no sigue la cobertura de los medios rusos sobre la otra tragedia –más ecológica y económica que humana aunque hay 54 vidas perdidas– que azota Rusia este agosto: los incendios forestales. Esta vez, el primer ministro es hiperactivo: pilota aviones de extinción, visita aldeas remotas cuya reconstrucción garantiza personalmente y amonesta a cuantos subordinados han podido incumplir sus tareas. Los malpensados, sin embargo, no atribuyen este cambio a una década de superación personal sino a que la popularidad de Putin está por los suelos y a que en el 2012, ya puede presentarse a la elección presidencial.

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