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Apenas había pasado la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, 48 horas en el Palacio del Planalto, cuando le estalló ayer una rebelión política en el interior de su coalición de centroizquierda, que la obligó a suspender la designación del segundo escalón de su gobierno.
Un día después de que la nueva mandataria, del Partido de los Trabajadores (PT, de izquierda), anunciara que habrá recortes presupuestarios en todos los ministerios, líderes del aliado Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB, de centro) se quejaron por el reducido peso que se les otorga dentro de la flamante administración, donde, por ende, manejarán menos dinero de lo previsto.
Además, en una movida calificada de populista, anunciaron también que están en desacuerdo con el nuevo salario mínimo, fijado en 540 reales (unos 320 dólares) por el ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva antes de dejar el poder la semana pasada.
"Ganamos en una campaña de coalición. Eso no era sólo para ganar la elección, sino para gobernar también. Todos queremos participar bien", advirtió indignado el pemedebista Henrique Eduardo Alves, líder de su bancada en la Cámara de Diputados.
Ante la inminencia de una crisis mayor, Rousseff ordenó suspender hasta el mes que viene la distribución de los cargos gubernamentales que faltan -las cotizadas direcciones de empresas estatales, así como de diversas agencias- y puso en acción urgente a su jefe de gabinete, Antonio Palocci -un experimentado político que fue el primer ministro de Economía de Lula- para encabezar las negociaciones.
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