Al final de la disyuntiva

Finalmente hemos llegado a la hora decisiva. Nos guste o no nos guste la disyuntiva, mañana tendremos que elegir entre Keiko Fujimori y Ollanta Humala. La opción de votar en blanco o viciado, aunque legítima, es inconducente.

Al margen de un 25% propio de electores que desde el principio sí favorecieron a uno de los dos finalistas, resulta evidentísimo que la enorme mayoría de los peruanos tendrá que optar por el mal menor. Y ese es el primer mensaje que deben tener claro fujimoristas y humalistas: quien quiera que gane solo tendrá un voto prestado y hasta de-sesperado. Aquí no hay cheques en blanco.

Si ganara Humala, en gran medida le debería su triunfo a Alejandro Toledo y a los seguidores de Perú Posible, en mucha mayor medida que a esos aliados de la izquierda radical y neomarxista que son, más bien, una rémora política. Seamos claros: solo con el transfuguismo inicial de técnicos peruposibilistas y el endose final del toledismo Gana Perú ha proyectado esa imagen de moderación y relativa sensatez de la que carecía inicialmente.

Además, gracias al inusitado respaldo de personalidades como Mario Vargas Llosa y un amplio grupo de intelectuales, artistas y activistas sociales, Ollanta Humala está concluyendo una campaña en la cual no ha podido demostrar la solidez de sus credenciales democráticas y de su propia inocencia en casos ilícitos muy controversiales, que van desde aparentes vínculos con el narcotráfico hasta dos intentonas golpistas. Incluso la última denuncia sobre la posible ruta del financiamiento chavista queda pendiente de investigación. De modo que en la eventualidad del éxito, lo lógico es que haya un cogobierno con el toledismo y, por lo menos, una apertura agradecida a quienes, desconfiando de él, prefieren el salto al vacío antes que el supuesto regreso al pasado autoritario del fujimorato. 

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