
Misrata reclama más apoyo militar ante el temor a una nueva ofensiva de Gadafi contra la ciudad sitiada.- Las tropas del dictador intensifican los ataques desde la periferia. Misrata se ha convertido en la obsesión de Muamar el Gadafi. En este enclave rebelde, a las puertas de Trípoli, se va a definir el futuro de la guerra en Libia. Acantonadas en la periferia, las tropas del dictador intensifican el acoso a las posiciones de defensa de la ciudad, que resiste ya tres meses de asedio. Los bombardeos de la OTAN no han logrado romper las líneas gadafistas, parapetadas en poblaciones cercanas, y los mandos rebeldes reclaman la intervención de los helicópteros prometidos por Francia y Reino Unido, mucho más idóneos para los ataques de alta precisión en zonas urbanas. "Salvaron Bengasi", dice Suleiman, un jefe combatiente. "¿A qué esperan para salvarnos a nosotros?".
El estruendo de los misiles Grad soviéticos retumba incesante en Misrata. De vez en cuando, se alterna con el zumbido sordo de los aviones de la OTAN. "Nunca se les ve, salvo cuando vuelan más bajo para atacar", explica Suleiman, contable hasta hace tres meses. "Tampoco vemos al enemigo. Simplemente, nos caen los misiles". El goteo de muertos no cesa en las filas rebeldes.
La guerra en Misrata es una guerra a ciegas. También es una guerra desigual. A un lado, la poderosa Brigada 32, dirigida por Jamis, uno de los hijos de Gadafi. Al otro, miles de civiles voluntarios que suplen su falta de experiencia militar con un coraje poco común. Son los mismos que hace dos meses frenaban a los tanques con contenedores de arena y alfombras empapadas en aceite, que neutralizaban a los francotiradores a base de cortarles los suministros y que terminaron expulsando a las milicias gadafistas del corazón de la ciudad.
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