El cabo suelto de la política griega ha saltado y amenaza con hacer saltar los cabos atados de la resolución del enigma heleno, que por extensión es el enigma de la Unión Monetaria Europea y del euro mismo. Algunos expertos habían advertido en los meses pasados que se habían metido en los tubos de ensayo todas las probabilidades financieras para solucionar el conflicto heleno, todas, pero que no se había contado con una crisis política en Atenas, ya fuese la dimisión de un Gobierno que dijese ¡basta!, la convocatoria de elecciones anticipadas o la nada madurada decisión de someter a referéndum del electorado griego el rescate, la quita de deuda y las reformas impuestas desde fuera.
Esta posibilidad no estaba contemplada, pero debería haberlo estado, porque la democracia no solo permite, sino que exige, la consulta a la ciudadanía cuando las decisiones le afectan de manera dramática. Si los socios griegos en la Unión someten las decisiones que le afectan sobre Grecia, desde el Bundestag hasta las mismísimas elecciones generales en Finlandia, lógico parece que los griegos sean consultados sobre asuntos decididos por otros, sus solidarios socios, que les afectan directamente. A fin de cuentas, Grecia, además de ser la cuna de la filosofía occidental y del movimiento olímpico, lo es también de la democracia.
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