
Las gafas de espejo, el pañuelo al cuello y el chicle en la boca, la pose de los soldados iraquíes recuerda a los instructores estadounidenses que les han entrenado. Pero en los ubicuos controles que salpican Bagdad ya casi nadie habla inglés. Sus uniformes y sus rutinas de seguridad son la influencia más visible tras casi nueve años de ocupación. No hay McDonalds, ni Starbucks, ni los grandes centros comerciales que constituyen la imagen de marca del estilo de vida americano y que desde hace tiempo cuentan con franquicias en la mayoría de los países vecinos.
Con el cierre hoy del cuartel general del Ejército norteamericano en Bagdad se pone fin de forma definitiva a la presencia de las tropas de EE UU en el país que invadieron en marzo de 2003. El secretario de Defensa estadounidense, Leon Panetta, ha llegado por la mañana a la capital iraquí para asistir a la ceremonia.
A la pregunta de qué huella han dejado los estadounidenses, la mayoría de los iraquíes responden con una mirada de perplejidad. La inseguridad y la destrucción del paisaje urbano son lo primero que les viene a la mente. Ninguno de los entrevistados menciona de entrada la democracia, la libertad o el consumismo que se desató con la apertura de las fronteras. Hay que insistir un poco para que reconozcan algunos cambios que llegaron de la mano de la invasión, pero no parece que la cultura americana haya calado muy hondo.
“Ya estudiábamos inglés y veíamos películas de Hollywood antes de la invasión”, asegura Haider, un ingeniero informático que acabó su carrera en 2008. “Que yo sepa solo hay una universidad americana en Suleimaniya, no aquí en Bagdad”, señala por su parte Suha, convencida de que la libertad que trajeron los ocupantes resulta irrelevante sin seguridad. Sin embargo, la sociedad se ha transformado en muchos aspectos.
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