El 19 del actual se cumplirá exactamente un año del día en que las escuadrillas de aviones francesas y, en una segunda etapa, británicas, norteamericanas y árabes salvaron a Benghazi (Libia) de una destrucción anunciada.
Pues bien, estando las cosas como están, si ni Francia ni la comunidad internacional reaccionan este aniversario corre el riesgo de tener un amargo sabor a cenizas y fracaso.
Porque nos encontramos ante un nuevo Benghazi. Hay una ciudad en la región que está exactamente en las mismas circunstancias en las que estuvo Benghazi.
Para ser exactos, se encuentra en una situación probablemente peor que aquella ciudad libia, ya que el mismo tipo de tanques posicionados de la misma forma y a la misma distancia de la población civil desarmada llevan, en este caso, varios meses en acción.
Esa ciudad es Homs. Esa ciudad es la capital siria del dolor, donde los periodistas son un blanco y donde se masacra a los civiles de manera indiscriminada.
El principal argumento esgrimido para no intervenir en Homs es que se trata de una ciudad y no del desierto. El hecho es que lo que hicimos allí no lo estamos haciendo aquí. Los mismos tanques a los que nuestros aviadores frenaron en seco en Libia, unas horas antes de que dieran rienda suelta a su poder de destrucción, están operando en Siria en la impunidad más absoluta.
Por supuesto, soy consciente de que ambas situaciones no son idénticas.
Y nadie puede ignorar que la geografía del país, así como el hecho de no disponer de un equivalente de esa vasta zona de apoyo que era la Cirenaica liberada, más el papel que juegan Irán y Rusia, los dos aliados de peso con los que cuenta el régimen sirio y no contaba Muammar Khadafy, complican la intervención.
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