viernes, agosto 03, 2012

Cuando no hacer nada es la actitud más peligrosa

Si alguien lo ignoraba, una simple decepción en estas épocas de crisis puede causar un sismo financiero de dimensiones planetarias. El italiano Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE), sintió ayer esa amarga experiencia al provocar el estrepitoso derrumbe de todas las bolsas europeas y de Wall Street, la caída del euro frente al dólar y un repunte de las tasas de descuento que debieron consentir los países más frágiles de la zona euro -Italia y España- para negociar sus títulos de deuda a 10 años.

Ese episodio sirvió para confirmar que la economía reposa, esencialmente, sobre la confianza. Pero, al frustrar las expectativas que había creado una semana antes, colocó la zona euro al rojo vivo y abrió las compuertas para una nueva ola especulativa de incalculables proporciones.

Las ilusiones que permitieron bajar la temperatura de los mercados habían comenzado ayer, cuando Draghi afirmó que estaba dispuesto a "hacer todo lo necesario para preservar el euro". Detrás de esa promesa, arrastró a la canciller alemana, Angela Merkel; al presidente francés, François Hollande, y al jefe de gobierno italiano, Mario Monti, que dejaron abierta la posibilidad de una acción concertada.

La extrema prudencia manifestada ayer por Draghi, que se limitó a definir finalidades pero sin precisar medidas ni acciones concretas, aparece como consecuencia directa de la tenaz oposición del Bundesbank a la intervención del BCE en el mercado secundario de la deuda.

El presidente del Banco Central alemán, Jens Weidmann, argumenta que ese tipo de acciones equivale a financiar los déficits públicos de los Estados, lo que está prohibido por los estatutos del BCE. Dio a entender incluso que el Bundesbank está dispuesto a vetar oficialmente ese plan.

El primer ministro finlandés, Jyrki Katainen, uno de los jefes de gobierno más integristas de la zona euro, también impugnó esa idea y desechó la posibilidad de que las intervenciones en el mercado se realicen a través del Fondo Europeo de Estabilización Financiera (FEEF) o del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). "En poco tiempo [esos organismos] se quedarían sin dinero", advirtió anteayer cuando recibió a Monti.

Acorralado entre los mercados y las presiones alemanas, Draghi adoptó la actitud más peligrosa, que consiste en no hacer nada. Por un lado, aplazó decisiones impostergables con la ilusión de que Alemania y otros países intransigentes cambien de opinión a fin de restablecer el consenso para instrumentar las medidas necesarias que le permitan cristalizar sus intenciones.

Por esa razón, Draghi se esforzó en destacar que la determinación de "hacer todo lo necesario para salvar la zona euro" se había adoptado por unanimidad. Pero los mercados interpretaron otra cosa: para evitar una crisis en la cúspide del BCE, todos estuvieron de acuerdo en no hacer nada.

El Bundesbank está dispuesto a poner en juego toda su influencia para imponer su opinión: en una entrevista publicada anteayer -sólo 24 horas antes de la reunión del BCE-, Weidmann explicó que el "Buba" (el Bundesbank) no era simplemente uno de los 17 bancos centrales que integran el BCE.

"Somos el mayor y más importante banco central del eurosistema y tenemos más influencia que muchos otros bancos centrales del eurosistema. Esto significa que tenemos un rol distinto", comentó, haciendo pensar que hablaba de una misión divina.

Draghi, sabiendo que sus ideas se estrellan contra un muro, pidió "cobertura aérea" -como se dice en operaciones de guerra-, afirmando que, para que el FEEF pueda actuar, es imprescindible que "los países [interesados] soliciten la ayuda" a cambio de condiciones específicas.

España e Italia, que ayer decidieron actuar conjuntamente para protegerse las espaldas, se rehúsan a tomar la iniciativa de un pedido de rescate para no quedar sometidos -como Grecia- a la tutela de la Comisión Europea, el BCE y el FMI.

En tercer lugar, Draghi dio a entender de varias maneras que no está dispuesto a hacer el trabajo sucio de los gobiernos, únicos capaces de desbloquear la intransigencia alemana y el inmovilismo que paraliza al BCE. "El BCE no puede sustituir a los gobiernos", insistió. "El Banco Central no puede resolver los problemas políticos."

"Queremos reparar los canales de transmisión de la política monetaria. Pero [?] la política monetaria no es suficiente para alcanzar estos objetivos si no hay actuación de los gobiernos", reiteró en forma mucho más explícita.

Después de tomar un café esta semana en Fráncfort con Jens Weidmann, Draghi está convencido de que sólo una intervención política de muy alto nivel puede permitir que el "Buba" flexibilice el dogma basado en su aversión al riesgo, la defensa de la estabilidad de la zona euro y la lucha contra la inflación.

Draghi salió de esa reunión con la certeza de que el Bundesbank defenderá su posición con uñas y dientes. "Debemos continuar usando todos nuestros recursos en todos los niveles para defender aquellas posiciones en las que creemos y que van a asegurar que la unión monetaria sigue siendo una unión estable", advirtió en su entrevista anteayer.

Este bloqueo encierra al BCE en un callejón sin salida por lo menos hasta septiembre, con el riesgo de que en el próximo mes los mercados entren en una nueva espiral de especulación que podría provocar el derrumbe de España o Italia si no cuentan con suficiente protección. Eso es, tal vez, lo que espera Draghi, convencido de que Europa en general y Alemania en particular sólo se mueven cuando el agua les llega al cuello.

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