viernes, agosto 03, 2012

La salida que el BCE deja a España e Italia

Europa entera, y con preocupación España e Italia, esperaban ayer decisiones explícitas del presidente del BCE tras sus declaraciones en defensa del euro en Londres, la semana pasada. Mario Draghi, tras reunir al consejo de gobierno del banco en Fráncfort, explicó lo que él consideraba que "será suficiente" para preservar el futuro del euro y bajar la temperatura a las rentabilidades de los bonos de España e Italia. Y aunque en la batería de medidas a desarrollar estaba toda la caja de herramientas que el Consejo Europeo de finales de junio había puesto a su disposición y a la de otras instituciones comunitarias, su orden de aplicación, la vaguedad en su intensidad y las condiciones exigidas a cambio actuaron como un purgante en el mercado de deuda y de renta variable.

En España la prima de riesgo volvió a situarse cerca de los 600 puntos, con el bono de nuevo por encima del 7%, mientras que la italiana superó los 500 con holgura y las Bolsas cayeron con fuerza (el Ibex perdió más de un 5%). Cotizaron lo que consideran una pasividad excesiva de Draghi y la imposición de nuevas condiciones a quien pida ayuda al fondo de rescate para aliviar la deuda, en lo que se interpreta como una cesión a la presión alemana. El propio presidente del BCE aseguró que la decisión había sido respaldada por el Consejo, aunque "Weidmann presidente del Bundesbank y Alemania tienen sus reservas".

El Banco Central Europeo está componiendo su lugar en el mundo sobre la marcha, empujado por las circunstancias, caminando de puntillas sobre la delgada línea que separa la política monetaria y la fiscal, y soportando presiones públicas, y también privadas, desde el norte y desde el sur. Seguramente preso de su críptica declaración de fuerza en Londres, Draghi ayer fue demasiado lejos en sus explicaciones, cuando tanto la parte racional del mercado como la especulativa están ya más para acciones concretas y firmes que para discursos. La ortodoxia dice que la autoridad monetaria debe limitarse a la actitud de una esfinge, y conocerla por sus obras en vez de por sus palabras.

No le falta razón en el argumento de que aunque las primas de riesgo elevadas dificultan la correcta aplicación de la política monetaria, son responsabilidad por encima de todo de los Gobiernos, porque a ellos compete controlar las cuentas de los Estados. Pero los Gobiernos ya han demostrado sobradamente su compromiso con la estabilidad fiscal y con la transformación de sus economías para recuperar el crecimiento, y necesitan alivios inmediatos y duraderos para poder aplicar su itinerario reformador. Mal se puede devolver el crecimiento sin financiación accesible, y mal se puede cuadrar el déficit con un coste financiero desbocado.

Pero Europa se construye así, y mientras los Estados Unidos de Europa solo sean un proyecto, las asimetrías políticas tendrán dificultades para gobernar las financieras. Hoy por hoy, una parte de la Unión está dispuesta a aliviar a otra, pero en absoluto gratis. Draghi se mostró dispuesto ayer a comprar deuda soberana, con esfuerzo especial en los plazos cortos y a ser posible esterilizando después el dinero de nueva creación que inyecta en el mercado secundario, pero siempre que exista una petición previa al fondo de rescate, porque es esta institución la habilitada para hacerlo por el Consejo Europeo. Eso sí: la petición conlleva condiciones, tiene un precio. España ya lo paga por el rescate bancario, pero Italia quiere evitarlo a toda costa.

Los inversores interpretan que las condiciones pueden ser duras para quien pide ayuda, lo que puede deteriorar más su aspecto macroeconómico, su crecimiento, o que, simplemente, renunciarán a hacerlo. En cualquiera de los dos casos el horizonte seguirá sombrío en la zona euro, por muy irreversible que sea la monea única.

Así las cosas, y a juzgar por la reacción de los presidentes Rajoy y Monti tras su cumbre de Madrid, en la que echaron flores a Draghi pero no aclararon si pedirán o no auxilio, Europa sigue abocada, en el corto y medio plazo, a un interminable y desesperante juego de ajedrez en el que todos presionan a todos y nadie hace nada. Pero ni los mercados tienen la paciencia del largo plazo, ni los europeos pueden seguir esperando soluciones mientras la especulación y la pusilanimidad de unos y otros evapora lentamente sus patrimonios financieros.

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