Europa entera, y con preocupación España e Italia, esperaban ayer
decisiones explícitas del presidente del BCE tras sus declaraciones en
defensa del euro en Londres, la semana pasada. Mario Draghi, tras reunir
al consejo de gobierno del banco en Fráncfort, explicó lo que él
consideraba que "será suficiente" para preservar el futuro del euro y
bajar la temperatura a las rentabilidades de los bonos de España e
Italia. Y aunque en la batería de medidas a desarrollar estaba toda la
caja de herramientas que el Consejo Europeo de finales de junio había
puesto a su disposición y a la de otras instituciones comunitarias, su
orden de aplicación, la vaguedad en su intensidad y las condiciones
exigidas a cambio actuaron como un purgante en el mercado de deuda y de
renta variable.
En España la prima de riesgo volvió a situarse cerca de los 600
puntos, con el bono de nuevo por encima del 7%, mientras que la italiana
superó los 500 con holgura y las Bolsas cayeron con fuerza (el Ibex
perdió más de un 5%). Cotizaron lo que consideran una pasividad excesiva
de Draghi y la imposición de nuevas condiciones a quien pida ayuda al
fondo de rescate para aliviar la deuda, en lo que se interpreta como una
cesión a la presión alemana. El propio presidente del BCE aseguró que
la decisión había sido respaldada por el Consejo, aunque "Weidmann
presidente del Bundesbank y Alemania tienen sus reservas".
El Banco Central Europeo está componiendo su lugar en el mundo sobre
la marcha, empujado por las circunstancias, caminando de puntillas sobre
la delgada línea que separa la política monetaria y la fiscal, y
soportando presiones públicas, y también privadas, desde el norte y
desde el sur. Seguramente preso de su críptica declaración de fuerza en
Londres, Draghi ayer fue demasiado lejos en sus explicaciones, cuando
tanto la parte racional del mercado como la especulativa están ya más
para acciones concretas y firmes que para discursos. La ortodoxia dice
que la autoridad monetaria debe limitarse a la actitud de una esfinge, y
conocerla por sus obras en vez de por sus palabras.
No le falta razón en el argumento de que aunque las primas de riesgo
elevadas dificultan la correcta aplicación de la política monetaria, son
responsabilidad por encima de todo de los Gobiernos, porque a ellos
compete controlar las cuentas de los Estados. Pero los Gobiernos ya han
demostrado sobradamente su compromiso con la estabilidad fiscal y con la
transformación de sus economías para recuperar el crecimiento, y
necesitan alivios inmediatos y duraderos para poder aplicar su
itinerario reformador. Mal se puede devolver el crecimiento sin
financiación accesible, y mal se puede cuadrar el déficit con un coste
financiero desbocado.
Los inversores interpretan que las condiciones pueden ser duras para
quien pide ayuda, lo que puede deteriorar más su aspecto macroeconómico,
su crecimiento, o que, simplemente, renunciarán a hacerlo. En
cualquiera de los dos casos el horizonte seguirá sombrío en la zona
euro, por muy irreversible que sea la monea única.
Así las cosas, y a juzgar por la reacción de los presidentes Rajoy y
Monti tras su cumbre de Madrid, en la que echaron flores a Draghi pero
no aclararon si pedirán o no auxilio, Europa sigue abocada, en el corto y
medio plazo, a un interminable y desesperante juego de ajedrez en el
que todos presionan a todos y nadie hace nada. Pero ni los mercados
tienen la paciencia del largo plazo, ni los europeos pueden seguir
esperando soluciones mientras la especulación y la pusilanimidad de unos
y otros evapora lentamente sus patrimonios financieros.
Fuente. DIARIO CINCODÍAS DE ESPAÑA
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