El sonido de las armas ligeras replicando a las potentes ametralladoras reverberaba a principios de la semana pasada en las bóvedas del zoco de Alepo. Aferrado con fuerza a su Kaláshnikov tras cada descarga, cerraba los ojos y rezaba en voz baja mientras el resto de sus compañeros intentaban parecer calmados; aunque la procesión siempre va por dentro… “Mi Dios, cuando te pedimos ayuda siempre estás con nosotros; Alá, solo tú, eres mi Dios”, canta el jeque. El resto de muchachos se unen a él. La música consigue acallar por un segundo el funesto ruido de las armas… Pero una nueva descarga devuelve de golpe a los chavales a la guerra. En un antiguo hamman (baños públicos) los soldados han ubicado una de sus pequeñas bases; entre magníficas tallas de madera, rica artesanía e historia. “Baños en uso desde el 13 a.C. hasta el 700 d.C.”, reza una placa en la entrada.

La calle Bab Srim conduce al corazón de las tinieblas. Es la vía más rápida para acceder al infierno sin necesidad de solicitar billete. Diminutos tragaluces vomitan tímidos rayos de luz al interior de los fantasmales pasillos de la Ciudadela. Cada deflagración hiela la sangre. Al final del angosto pasillo un grupo de rebeldes, entre sombras, beben té o apuran un cigarrillo. Esperan su turno para entrar en combate. “Hace solo tres días que conseguimos tomar esta posición. Los soldados del régimen se encuentran a dos calles de donde estamos nosotros”, afirma un joven insurgente que lucha en sandalias y maneja un rifle más viejo que él.
Tomar está posición ha costado la vida a varios de sus compañeros; por lo que los ánimos no están muy altos; si la guerra da alguna lección es que la vida es efímera. “Ayer perdimos a un soldado. Un francotirador le mató cuando cruzaba corriendo… Hemos llegado a un punto en el que combatimos por cada esquina; no hay posibilidad de un enfrentamiento abierto entre nosotros y el Ejército del régimen; lo que nos beneficia”, afirma Abu Ali Dabek, comandante en jefe de la brigada Liwad al Tawhid.
Hace una semana ya lanzaron un feroz ataque para hacerse con la única vía de entrada de alimentos, munición y tropas que tiene el régimen y dar un golpe de mano a la batalla, pero los rebeldes perdieron una ingente cantidad de hombres y munición y no lograron nada. “Desistimos de continuar el ataque porque no tenía sentido seguir mandando hombres a la muerte para no avanzar ni un solo metro”,
Siria tiene el mejor Ejército de Oriente Próximo —con permiso de Israel— y sus contrincantes son, en su mayoría, muchachos imberbes que combaten en chanclas y vaqueros. “He perdido a unos cinco hombres. Son muy jóvenes pero tienen mucho valor, como prueba que hemos conseguido poner contra la espada y la pared a las tropas de El Asad”. Pero en esta guerra asimétrica lo que hoy es una victoria mañana puede ser un rotundo fracaso.
“Mis hombres (en total 75 rebeldes) hostigan todos los días al enemigo, que poco a poco va cediendo terreno que nosotros tratamos de mantener. Luchar en el interior del zoco nos da ventaja porque aquí no pueden usar su artillería ni sus helicópteros; aquí luchamos cuerpo a cuerpo y ahí es donde reside nuestra ventaja”, concluye Abu Ali Dabek.
Las sombras comienzan a inundar cada una de las figuras engulléndolas para escupirlas una docena de metros más adelante donde la luz ha encontrado un pequeño recodo por el que colarse. Nahihas, reza un cartel de uno de los muchos comercios que permanecen cerrados a cal y canto en el interior del zoco; hace tiempo que los compradores dejaron de transitar por estas centenarias callejuelas y el único rastro de vida son los soldados camino del matadero.
Apostado en una esquina, y protegido por varios sacos terreros, que le llegan por la cintura, un soldado del Ejército Libre Sirio (ELS) observa por la mirilla telescópica de su rifle al enemigo. “Están en la esquina de enfrente. A menos de 50 metros. Nosotros les vemos y ellos a nosotros”, afirma. “La situación está estable. No les tenemos miedo y no nos podrán vencer”, sentencia consiguiendo la aprobación de sus hermanos de armas.
Uno de los soldados amartilla el Kaláshnikov y comienza a disparar fuego de cobertura para que el grupo cruce la calle a toda velocidad; la respuesta del otro lado no se hace esperar y las balas comienzan a silbar a solo un palmo. Torcemos a la izquierda para adentrarnos en las entrañas del zoco; sobre nuestras cabezas, la Ciudadela y el destacamento del régimen. “Tratamos de rodearles con varias brigadas. Hemos intentado tomar sus posiciones en varias ocasiones; pero nos está costando demasiado”, afirma Abu Ali Dabek. “Si tomásemos la parte trasera de la mezquita, en un par de días les echábamos de la Ciudadela y del casco antiguo”, relata mientras dibuja sobre el suelo cubierto de polvo un arcaico mapa con las posiciones de su gente.
La mezquita de la que habla este comandante es la Omawi, que al igual que la de Damasco fue levantada por los Omeyas. Alepo rezuma a historia; cada piedra, cada adoquín que pisamos se pierde en la memoria de los hombres. “Hacernos con ella será un golpe terrible para ellos; y nos dará moral para el futuro”, señala el comandante.
Enfilamos un angosto corredor que da salida a la calle… A unos 100 metros, el suelo está repleto de casquillos de bala y huele a pólvora. Abu Ali saca la cabeza por la esquina. Se escucha un golpe seco en uno de los comercios que hay a nuestra derecha. La bala del francotirador ha fallado por muy poco. Los rebeldes disparan y reciben una respuesta en lluvia de balas procedente de una ametralladora del calibre 50 que está situada en el otro extremo de la calle. Se acabó nuestra visita a la Ciudadela. “Cruzar al otro lado es un suicidio”, se lamenta Abu Ali.
Fuente. DIARIO EL MUNDO DE ESPAÑA
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