jueves, enero 31, 2013

Una reacción que refleja a la Argentina fracturada


Nadie sabe qué referencia de Daniel Scioli irritó más al cristinismo, que ya venía alterado con él. ¿Fue la alusión del gobernador a un Néstor Kirchner pluralista, aseveración por cierto difícilmente comprobable? ¿O fue, acaso, su promesa de convertirse en un Nelson Mandela argentino, conciliador y "sin revanchismo"? Esta última propuesta política de Scioli conlleva la grave descripción de un país tan fragmentado como estaba Sudáfrica tras décadas de vigencia del racista sistema del apartheid.
Sea como sea, Cristina Kirchner no ha inaugurado sola el año electoral con sus anuncios salariales y sus duras críticas a Mauricio Macri y José Manuel de la Sota. Inesperadamente, fue Scioli el primero que percibió que con enero se terminaban las vacaciones de muchos argentinos y empezaba la competencia electoral. Fue inesperado porque sucedió cuando toda la comunidad política descontaba un acuerdo político y electoral entre la Presidenta y el gobernador bonaerense. Algunos, como Macri o Sergio Massa, consideraban que ese pacto ya estaba cerrado.
Tal vez suceda el acuerdo. Pero es evidente que Scioli ha decido hacerlo sobre condiciones diferentes a las del pasado, cuando él entregaba todo y no recibía casi nada. Su inédita osadía de demostrar todos los días que es diferente del cristinismo podría, sin embargo, trabar cualquier negociación. El gobernador tiene razón en una sola cosa cuando confronta al nestorismo con el cristinismo: el ex presidente muerto era un político pragmático, que liberaba los estallidos de su humor en los buenos momentos. Sabía que las elecciones no se ganan a golpes de caprichos. La Presidenta es más pasional que pragmática y también más definitiva en sus filias y en sus fobias. Su capacidad de perdonar es homeopática.
Scioli tiene cara de bueno, pero hace cosas de político implacable. Propuso, por ejemplo, hurgarle el presupuesto a la Presidenta, justo cuando ella se está quedando sin presupuesto. Es cierto que hay un consenso oculto en la política sobre la injusticia de los recursos con la provincia de Buenos Aires. Recibe mucho menos de lo que le corresponde. Todos los dicen, pero todos lo callan. Será difícil, si no imposible, llegar a un nuevo acuerdo sobre los fondos coparticipables que beneficie más al distrito ya más poderoso del país. Scioli sabe que ese obstáculo, sin solución aparente, existe.

DESAFIANTE

El planteo de Scioli no es irreflexivo, pero es, en el fondo, desafiante. Significa recordarle a Cristina Kirchner que ella, que fue senadora por Buenos Aires y que reconoce a esa provincia como su propio distrito electoral, no ha hecho nada por Buenos Aires. Expone también que la política de "inclusión" tiene todavía enormes bolsones de injusticia. ¿Cree Scioli que en medio de una campaña electoral podrá inaugurar un debate sobre los recursos que recibe Buenos Aires? ¿O sólo lo hizo para dejar constancia de su incomodidad frente a la dependencia financiera? ¿No es esa dependencia el sistema de poder que más le gusta a la Presidenta?
El supuesto pluralismo de Néstor Kirchner fue una manera de Scioli de hablar del pluralismo sin mencionar la actual falta de pluralismo. Esa es su estrategia. Mostrar las diferencias sin que éstas se vean demasiado. Su proyecto político y electoral consiste precisamente en ofrecer conciliación donde hay fragmentación. El gobernador cree que la sociedad argentina está más cansada de la crispación que de las penurias de la economía. "Con 100 kilos de café haremos una revolución", suelen decir a su lado. Prometen un sciolismo decidido a conversar con todos, con amigos y enemigos.
Echó mano del ejemplo que pudo, aunque no haya sido el mejor. Néstor Kirchner sabía cómo construir poder, y sobre todo cómo conservarlo, pero el pluralismo político no fue uno de sus méritos. Lo sabe el propio Scioli, condenado a pan y agua durante los primeros meses de su vida como vicepresidente de Kirchner. La condena le fue levantada cuando Scioli dio pruebas de que nunca más se diferenciaría de su presidente. El propio Julio Cobos fue una carta electoral de Kirchner, de la que renegó cuando ya el poder estaba asegurado.
Amado Boudou lo acusó a Scioli de "cobarde" y Gabriel Mariotto de "electoralista". Ninguno de ellos podría decir una sola palabra que no hayan escuchado de la boca de Cristina. La Presidenta, por lo demás, no necesita de nuevo rodeos sciolistas para despreciarlo al gobernador. No lo quiere, no lo considera un retoño de su granja, no le gustan sus pavoneos con el famoseo local. A ella le gustan los famosos -cómo no-, pero los prefiere con caras de progresistas. Esa diferencia puede parecer menor, pero no lo es en el universo binario de Cristina Kirchner.
Es el modo que terminó partiendo a la sociedad argentina; es también lo que subraya la importancia de la mención de Scioli a Mandela. Scioli anunció, sin decirlo así, que tomó nota de una Argentina dividida entre amigos y enemigos, división que destruyó a importantes núcleos afectivos.
El cristinismo ha fallado también por primera vez. Antes, una sola vuelta de críticas y descalificaciones bastaban para callar a cualquiera, sobre todo a Scioli. Ha transcurrido una semana en la que ninguna ofensa ni agravio le fue negada al gobernador.
Desde el momento en que Scioli planteó una revisión institucional de la coparticipación federal, el cristinismo le descerrajó violentas críticas y duras calificaciones. Es novedoso que el gobernador no haya repetido el mecanismo de otras crisis, que consistió siempre en volver a casa y al silencio.



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