Editorial del diario El Clarín de Buenos Aires:
El gobierno brasileño enfrenta la más grave crisis política de sus dos años de gestión envuelto en una escalada de denuncias y hechos que comprometen la ética pública de algunos de sus más altos exponentes. Gran parte del capital de confianza y credibilidad del PT en su llegada al gobierno fue el haber sido un partido ajeno a las viejas prácticas de corrupción y clientelismo que fueron características tradicionales de la política brasileña. El escándalo en el que ahora se ve envuelto consiste en la cooptación de legisladores de partidos de la oposición y de ideología antagónica a través de dinero y cargos públicos a cambio de pasarse a las filas del oficialismo y votar los proyectos del gobierno. Fue precisamente uno de los beneficiarios, el diputado conservador Roberto Jefferson, el que al verse implicado denunció estas maniobras como una práctica reiterada del actual gobierno. Desde entonces, se conocieron más situaciones que comprometen al oficialismo: tráfico de influencias, manejo turbio de dinero, distribución de cargos y asignación discrecional de "cuotas" de poder estatal como retribución por favores políticos. A todas estas deformaciones de la vida político-institucional de la democracia no es ajena, por cierto, la actividad conspirativa y la intención de aprovechar estas situaciones para socavar el poder legítimo de los representantes y dirigentes elegidos para gobernar. Pero por eso mismo resulta injustificable y doblemente reprochable que quienes llegaron al gobierno con la promesa de renovar la vida política y limpiarla de sus vicios y zonas oscuras terminen recayendo en las mismas prácticas.El gobierno de Lula se encuentra en dificultades para explicar que, en lugar de renovar la vida política brasileña, ha apelado a las mismas viejas prácticas de clientelismo a cambio de apoyos políticos.
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