
Aunque en los últimos años cayó algunos peldaños desde el privilegiado núcleo de las 10 economías más grandes del mundo, Brasil sigue siendo un jugador de peso en la tablero mundial. Sus exportaciones de carne, pollo, soja, jugo de naranja o azúcar aventajan al resto. Y en industrias, si bien luce indicadores más humildes que los de países ricos y concentró regionalmente ese potencial, manteniendo graves desequilibrios sociales en el gigantesco norte de su territorio, es la nación del mundo "no desarrollado" que más avanzó desde la década de 1960, junto a un racimo de países del Asia Pacífico, sobre todo, últimamente, de China. Como ocurrió con Corea del Sur y Taiwan en Asia, España en Europa u otros casos de desarrollo tardío, su potencial llegó al punto de la internacionalización de sus capitales, o, en el ejemplo brasileño, de la "sudamericanización". El desembarco, en Argentina (y países vecinos), de empresas bancarias, alimenticias, cementeras o petroleras evidencian esa maduración industrial en la cual ya no alcanza el comercio internacional sino que el capital reclama instalarse en otro mercado.Brasil logró esto, en parte, por el generoso apoyo de su sistema de créditos y subsidios, pero también porque recibió inyecciones de capital externo que transformaron su economía en la década pasada, en la cual, igual que en otros lados, franjas de su aparato productivo se extranjerizaron.Al asumir el actual gobierno de Lula, esa tendencia consolidada en el gobierno de Fernando H. Cardoso se profundizó. Y abandonado el programa histórico del Partido de los Trabajadores y ganado el presidente por un núcleo neoliberal (el plan de "desendeudamiento" del FMI se lo fijaron justamente su ministro de Hacienda Antonio Palocci y el presidente de Banco Central, Henrique Meirelles), se privilegió el ajuste fiscal y monetario para servir la deuda y evitar la inflación. Se dio preminencia al capital financiero sobre el productivo, lo que valió a Lula resistencias de los industriales paulistas y de los terratenientes del norte, que perdieron posiciones frente al poder financiero, y hasta internas en el gabinete. Ayer, un vocero de la industria como el propio ministro Luis Furlán criticó el rumbo económico desde Hong Kong.En 2005 Brasil logró, tras dos años grises para Lula, una suba del PIB mayor a la de los diez años anteriores, casi 5 por ciento. Sin embargo otra vez su tasa básica de interés a 18,5% anual (la más alta del mundo) y el ajuste están cerrando el año con un crecimiento leve, inclusive negativo en el último trimestre. Pero la apuesta de los capitales externos por Brasil, donde llevaron importantes inversiones estos años; el superávit comercial récord este año; el sobreajuste fiscal, mayor aún a lo que había prometido al FMI, y el abaratamiento del dólar frente al real, le permitieron al tesoro brasileño ganar las divisas como para poder hacer el anuncio de ayer.Frente a toda la deuda brasileña, el monto en juego no es relevante. Lo que se debe al Fondo es el 7 por ciento de toda la deuda externa brasileña, que llega a 226.000 millones de dólares. Y es aún menos si se considera también la deuda pública interna, apenas inferior: reales equivalentes a casi 200.000 millones de dólares.Además, el "ahorro" que mencionó ayer Palocci en cuanto a que desendeudarse con el FMI le evita a Brasil pagos por 900 millones de dólares en dos años, en rigor es relativo: Brasil debe seguir fondeándose en los mercados, y a tasas más altas (al doble de lo que cobra el FMI), para saldar deudas. El pago anticipado y total vuelve a privilegiar al FMI, ignorando la corresponsabilidad que tuvo el organismo en el diseño de las políticas latinoamericanas, incluida la brasileña, en estos años. Y habla de las prioridades del gobierno de Lula para asignar recursos.La bolsa paulista festejó, el riesgo-país cedió a poco más de 300 puntos y el gobierno podría, dice, controlar mejor el tipo de cambio que desea y hasta bajar algo las tasas de interés.En Washington también celebraron. Los grandes inversores del Fondo, en especial EE.UU., no quieren seguir financiando al organismo, al que denostan por igual conservadores y liberales, y alientan este tipo de "desendeudamientos" (Brasil, Turquía y Argentina son los mayores deudores del FMI); en todo caso, quieren un FMI y un Banco Mundial más volcados a atender, con condicionamientos, a países pobres y chicos.
Fuente: Diario El Clarín de Buenos Aires.
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