domingo, enero 22, 2006

América Latina: nueva izquierda y viejas diferencias

Permítame invitarlos a leer este interesante artículo que trae hoy el el suplemento Zona del diario El Clarín de Buenos Aires: Chile y Bolivia inauguran una etapa de renovación. Se suman a Argentina, Brasil, Venezuela y Uruguay. Hay coincidencias ideológicas y recelo hacia las fórmulas liberales. ¿Es un giro hacia una nueva izquierda? Los nacionalismos y los intereses cruzados. Informe de enviados y corresponsales. Michelle Bachelet, la médica pediatra de 54 años primera mujer presidente en la historia de Chile, y Evo Morales, el dirigente cocalero de 46, primer líder aymara en llegar a la presidencia en Bolivia, son dos expresiones nítidas de lo que hay de nuevo en las democracias sudamericanas. También son dos emblemas, del contraste entre un país, Chile, que llega bien plantado y orgulloso, y otro, Bolivia, que viene de sufrir gruesas convulsiones en ese tránsito, con un incierto destino por delante. Siendo, los dos, dirigentes de izquierda que no reniegan de la palabra "socialismo", aun cuando le den diferentes significados, el ascenso de Bachelet es la consecuencia de un éxito, mientras que Morales llega como reacción al fracaso de sucesivos gobiernos en su país. Chile y Bolivia, parecidos y diferentes, nos ilustran sobre las confluencias y divergencias regionales. Durante este año, por otra parte, otros ocho países del continente renuevan en las urnas sus gobiernos. En Brasil, Venezuela y Uruguay, además de la Argentina, hay ya cabalgando gobiernos definidos o autodenominados "de centroizquierda". Y a juzgar por los datos macroeconómicos y electorales, no les está yendo tan mal. ¿Es posible hablar de un cambio de rumbo común, de un giro a la izquierda en la región?Hay un factor biográfico insoslayable: la historia personal de sus líderes y camadas de hombres y mujeres provenientes de las militancias de los años 60 y 70, víctimas y sobrevivientes —muchos de ellos y sus hijos— de represiones y dictaduras, resistencias y exilios. Y otro rasgo interesante: llega a la política mayor la primera generación que no conoció de adulta ni las dictaduras ni la Guerra Fría.Hay un factor temporal, y es la época que les ha tocado, la situación social en la que emergieron y las condiciones en las que deben gobernar: los unifica más "el espanto" del pasado reciente —la década del 90 y su secuela de pobreza, desempleo, endeudamiento y enajenación de riquezas— que "el encanto" del presente. Son, con excepciones y matices (Chile es el más notable), más una consecuencia del vacío que dejaron los derrumbes o frustraciones precedentes que el resultado de una construcción de poder alternativa o programática. Hay, en tercer lugar, un factor geopolítico: es la mirada de los EE.UU. —y frente a los EE.UU— lo que permite agrupar este heterogéneo y variopinto panorama de experiencias nacionales. Gobiernos con más recursos, beneficiados por un favorable contexto económico internacional, sociedades extremadamente desiguales con demandas postergadas y cautivas de políticas asistenciales, llevan a análisis como el de Michael Reid, del semanario inglés The Economist, que observa una nueva batalla entre democracia liberal y populismo. Chile encarnaría el primer modelo, seguido por Uruguay; Venezuela pilotearía el segundo grupo acompañado por Bolivia; y Brasil y Argentina se estarían moviendo entre ambos andariveles.Desde Estados Unidos, el subsecretario para Asuntos Hemisférico, Thomas Shannon acaba de acomodar la óptica de Washington al aceptar que el populismo "no es necesariamente malo" y puede verse como producto de "una democratización exitosa en América latina". El chileno Heraldo Muñoz, ex embajador en la ONU, precisa en la edición española de Foreign Affairs que "más allá de compartir una misma historia y cultura, los países de la región exhiben esencialmente los mismos problemas: calidad de la democracia, la desigualdad social y el escaso poder de negociación frente al resto del mundo. La diferencia estriba en la diversidad de políticas implementadas para alcanzar los intereses y resolver los problemas". Similar estimación hace desde Buenos Aires la socióloga Graciela Romer: "No hay un paradigma común; hay una gran crisis ideológica y política". Rosendo Fraga, director del Centro de Estudios para la Nueva Mayoría, apunta que "hay un giro hacia la izquierda, el centroizquierda o el populismo en la región, pero nada indica que estas afinidades vayan a prevalecer por sobre las diferencias entre las naciones". Hay un último ingrediente: el factor nacionalista. La preocupación territorial, asociada al acceso y la disponibilidad de recursos naturales (petróleo, gas, agua), es un dato que unifica para dividir. Permite cohesionar a sociedades sometidas a fuertes tensiones localistas e incluso secesionistas, y separarse del descrédito de la política tradicional. Pero proyecta al vecindario retóricas altisonantes, comportamientos inamistosos, molestas escaladas de beligerancia y las típicas competencias y recelos personales por protagonismo, otro rasgo del presidencialismo latinoamericano. Las notas que se presentan en este informe dan cuenta de estos parecidos y diferencias. Evidencian también que, contrariamente a lo que sucedía en la década pasada, existe ahora un mayor margen para la política; las decisiones y orientaciones de los gobiernos no son unívocas y no se observa un recetario único que pueda imponerse desde las usinas de Washington, el FMI o el Banco Mundial. Tampoco hay un camino garantizado de crecimiento sustentable. El libreto se está escribiendo, y será bueno no perder de vista que cada país, con sus ventajas y desventajas comparativas, representa poco o nada de novedoso y atractivo en el mundo si no es logrando un concierto regional amigable y confraternizado, sabiendo articular el interés nacional con los intereses y propósitos compartidos. Esta será, tal vez, la vara que permitirá medir el éxito o el fracaso de los gobiernos más o menos "progresistas" de esta primera década del siglo XXI.

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