jueves, enero 05, 2006

Arik, un halcón que se atrevió a forzar cambios sin medir riesgos

Ariel Sharon en lucha desde anoche por su vida contra la sangre que inundó su cerebro era una imagen que podía despertar —según quien la evoque— angustia por la incertidumbre política que puede abrir en Israel o anticipado contento entre su amplia legión de enemigos por un desenlace fatal que sea una cuota de justicia compensatoria por los excesos de este militar-político que se autodefinió como "Guerrero" en el título de su autobiografía, publicada en 1990.Ni en paz ni en guerra los gestos de "Arik", su sobrenombre, fueron pequeños. Tampoco en la percepción que tenía de sí mismo. "Soy Arik de Gaulle, el único que puede lograr la paz con los palestinos", le gustaba afirmar cuando estaba en campaña política y lo hacía sin traicionar el más ligero rubor por la transparente megalomanía. Lo cierto es que los interrogantes que abre en Oriente Medio la presente situación son casi tan grandes como a él le hubiera gustado, íntimamente, generar. Su desaparición dejaría trunco el proceso en el que estaba empeñado para reformar drásticamente el escenario político introduciendo una nueva fuerza política de centroderecha.Sharon es de la clase de dirigentes que nunca miden en detalle la relación costo-beneficio cuando de fijar y alcanzar objetivos se trata. No dudó en convertirse en el dirigente israelí que admitió finalmente que la presencia israelí en la Franja de Gaza —incluyendo particularmente la de sus asentamientos de colonos— se transformaba en inviable, ejecutando un retiro unilateral a sabiendas de que comprometía la integridad de su base política original. Y cuando esto último se volvió evidente tampoco dudó en separarse del Likud, la formación de derecha que él mismo había ayudado a fundar y formar un nuevo partido, Kadima, en una apuesta arriesgada que parecía estar pagando dividendos. Sharon enfrentaba la reelección en marzo próximo encabezando con amplitud las encuestas. El problema es que el primer ministro era la única figura convocante de la nueva agrupación. Su desaparición o imposibilidad física serían una suerte de oscuro premio político para Benjamín Netanyahu, el hombre que ocupó el lugar dejado vacante por Sharon: el de vocero de la visión más retrógrada israelí en el diferendo con los palestinos. La de Sharon no sería la primera muerte que beneficia a Netanyahu; en 1995, el magnicidio del hombre que abrió el diálogo con los palestinos, Yitzhak Rabin —que Netanyahu pareció alentar desde la tribuna— le abrió el futuro a "Bibi". Pero este presente de aparente moderación no es el único jalón que marca los 77 años de Sharon. Soldado de extensa trayectoria —general de división fue su último rango—, "Arik" debe ser valorado también como jefe de la "Unidad 101", una unidad militar secreta de elite, que ocasionó la caída del gobierno de David Ben Gurion en 1953, tras dejar que sus tropas masacraran a 53 civiles y destruyeran 40 viviendas en la aldea jordana de Qviba. O, en 1982, como ministro de Defensa, cuando toleró en silencio la muerte de más de un millar de refugiados palestinos en los campamentos de Sabra y Shatila, consumada por milicianos cristianos aliados que, en los hechos, obedecían sus órdenes si no estaban en su cadena de mando formal. Sharon fue censurado por una corte especial de sus pares como "responsable indirecto" de la salvajada forzando su salida del gabinete. En esos días, un amigo de "Arik" advirtió: "Los que no lo querían como jefe de Estado Mayor debieron tolerarlo como ministro de Defensa y ahora los que no lo quieren como ministro de Defensa tendrán que resignarse a aceptarlo como primer ministro". Tuvo razón.

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