jueves, enero 19, 2006

Chile y una lección de democracia

Este es el editorial que publicó hoy el diario argentino La Nación de Buenos Aires y que los invito a leer:
Chile acaba de dar una lección de democracia no sólo al resto de los países de América latina, sino a no pocos de los del mundo desarrollado. Además del hecho para nada anecdótico de que haya sido elegida una mujer como presidenta -la socialista Michelle Bachelet, médica de profesión, hija de un militar que murió en prisión torturado por sus propios compañeros de armas y ex ministra de Defensa del gobierno de Ricardo Lagos-, con su elección se confirma la buena salud de la que goza la chilena Concertación, fruto de la unión de dos corrientes históricas que, juntas, representan a la mayoría ideológica del país: la izquierda socialista y el centro cristiano. Esta Concertación, que está en el poder ininterrumpidamente desde 1990, ha sido exitosa por varios motivos: porque ha logrado unificar pensamiento y discurso sobre la defensa del sistema democrático y de los derechos humanos, y, al mismo tiempo, alcanzar una situación económica excepcional para un país latinoamericano, con un crecimiento anual del 6 por ciento y la reducción del desempleo del 8 por ciento. Pero también es cierto que ha habido de parte de la mayoría del pueblo chileno una decisión íntima de conciliar las sociedades civil y militar en Chile, que de ninguna manera puede soslayarse. El espíritu de equilibrio ha sido un requisito ineludible para empezar a construir otro país, después de la violencia que destruyó el gobierno de Salvador Allende y después de los oscuros años de gobierno de Augusto Pinochet, muchas de cuyas responsabilidades sólo ahora están empezando a salir a la luz. La misma Bachelet demostró, en su momento y como ministra de Defensa, su ánimo negociador y su intención de servir como puente entre la sociedad y unas fuerzas armadas de duro recuerdo para los chilenos. Esto no significa, desde luego, que ahora Bachelet no tenga por delante unas cuantas asignaturas pendientes, pero ella lo sabe muy bien, desde el momento que, en su discurso de campaña y después de conocer que había ganado en la segunda vuelta, reiteró una y otra vez que sus prioridades como presidenta han de ser apostar por las políticas sociales, mejorando los sistemas de pensiones y de educación pública, para empezar a reducir la pobreza que golpea todavía al 18 por ciento de los 15 millones de chilenos. Otro aspecto destacable es el papel de la oposición: Sebastián Piñera, que obtuvo el 46,50 por ciento de los votos, no sólo aceptó dignamente su derrota, sino que en forma inmediata se acercó junto con su esposa al hotel donde estaba montado el comando oficialista para felicitar a la ganadora, a la cual abrazó y besó frente a cientos de fotógrafos y cámaras de televisión. Una lección más para aprender. Es de esperar que para que este interesante equilibrio se mantenga, la oposición avance, por fin, en construir un liderazgo responsable y atractivo para la ciudadanía, y que los nuevos dirigentes de la Concertación -con un perfil más populista y más a la izquierda que los viejos políticos de la generación anterior- sepan aceptar el disenso, un instrumento absolutamente indispensable si el país trasandino quiere alcanzar las complejas reformas necesarias para continuar con su desarrollo. La consolidación de la democracia en Chile refuerza entonces la tendencia que, con sus más y sus menos, parece afianzarse en el Cono Sur -la Argentina, Brasil y Uruguay- de apostar a reformas que tiendan a recuperar el crecimiento económico sostenible, pero sin perder de vista la exclusión social y la marginalidad de grandes proporciones de la población. Todo hace pensar que nuestro vecino será la conveniente punta de lanza de este cambio en América latina.

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