sábado, enero 14, 2006

Temen en Israel que Sharon ya no despierte del coma inducido

A pocas horas del receso de Sabbath, un desánimo generalizado se apoderó de Israel. El primer ministro Ariel Sharon, internado desde hace diez días en el hospital de Hadassa por un gravísimo derrame cerebral, no presenta mejorías significativas ni despierta del coma inducido, a pesar de que ya se le retiró toda la anestesia.Con mayor o menor dramatismo, los medios reflejaron esa angustia: "La situación es muy preocupante, incluso aterradora", alarmó ayer la radio pública israelí asegurando que "la hora de la verdad se acerca". La última tomografía practicada a Sharon indica que todos los restos de la hemorragia habían desaparecido de su cerebro. Los partes médicos reiteran que su estado es "grave pero estable". Un detalle legal fue la única señal clara de que no habría grandes mejorías. Hasta ahora Ehud Olmert ocupaba el cargo de premier interino por "incapacidad transitoria" de su titular. Ayer, el gobierno agregó la palabra "consecutiva", es decir por tiempo indeterminado.Olmert presidirá mañana el Consejo de ministros y tomará —bajo la mirada atenta de los delegados de EE.UU. que ayer se reunieron con él— su primera gran decisión de gobierno. Aprobará que los palestinos del este de Jerusalén (anexada ilegalmente por Israel en 1967) voten en las elecciones legislativas palestinas del 25 de enero.En el barrio armenio de Jerusalén —donde la tradición indica que está el lugar donde Jesús tuvo su última cena—, el tema principal no era político sino la apasionada relación, publicada por el diario Maariv, entre una actriz israelí y el hijo del líder libio Muammar Kadafi, sazonada con la preocupación por si ella (que también tiene una "amistad especial" con una estrella del baloncesto israelí) iba a tener que convertirse al Islam. No obstante no hace falta mucho para interesar a los muy politizados habitantes de Jerusalén. "Sharon no vuelve. Pero hizo algo bueno, que es devolver las tierras a los palestinos y por eso yo voy a seguir con Kadima", dijo a Clarín Shoukat Manzur un joven ortodoxo griego (aclara que son el 1,5% de la población en Israel), estudiante de Economía. La enfermedad de Sharon, dicen los analistas, está acelerando el proceso de descomposición que estaban atravesando ya los partidos políticos tradicionales. Kadima, fundado por Sharon en noviembre pasado, va a ocupar el centro del abanico empujando a la desaparición del partido Shunui. El laborismo emprende una nueva era bajo el liderazgo de Amir Peretz. Y el derechista Likud, con el halcón Benjamin Netanyahu a la cabeza, busca su identidad política al extremar sus posiciones.El dirigente del Likud, Silvan Shalom, hasta ayer canciller de Israel en el gobierno de coalición que preside interinamente Olmert, renunció por decisión partidaria. Shalom está segundo en la lista de candidatos, después de Netanyahu, para las elecciones parlamentarias de marzo. "No se puede hacer campaña y estar en el gobierno", afirmó. La ministra de Justicia, Zippi Livni, del Kadima, ocupará el cargo de canciller.Como en otras elecciones, el gran tema de campaña del Likud será el miedo, siempre a flor de piel entre los israelíes. Si las elecciones de marzo fueran hoy, según las encuestas, apenas el 26,6% votaría por Netanyahu contra 45,7% de Olmert. El Likud por eso apelará ese sector de la población que cree que endurecer las políticas represivas en las fronteras o en los territorios ocupados será suficiente para controlar el polvorín político y social que hay en la región. El origen del conflicto anida en la decisión arbitraria de las grandes potencias de ceder tierras para la creación del Estado de Israel, en 1948, a costa de la expulsión y emigración masiva de palestinos que hasta entonces vivían allí. Los componentes para el odio y la violencia quedaron planteados. 800.000 palestinos se repartieron entre Gaza, Cisjordania y los países vecinos: Jordania, Líbano y Siria. Hoy son 4 millones (un millón en Gaza y 2.400.000 en Cisjordania). Son ya cinco generaciones de palestinos que viven hacinados, en condiciones infrahumanas y sin futuro en guetos sociales y políticos problemáticos.El resentimiento en esta zona es enorme. Sobre la política israelí de destrucción de casas cuenta por ejemplo la escritora Kenizé Mourad en su libro El perfume de nuestra tierra: desde 1967 Israel demolió 9.000 casas palestinas, "2.000 de ellas en la última intifada palabra que significa 'alzar la cabeza'".

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