Delicada situación se les ha planteado al presidente Álvaro Uribe y a las Fuerzas Militares con la destitución fulminante e imprevista del general Reynaldo Castellanos, comandante del Ejército, ante la cual la primera reacción –además de la indignación y la vergüenza por las torturas a los 21 soldados– ha sido un pequeño conato de rebelión por parte de un general y diez coroneles que pidieron su baja en solidaridad con el despedido.La situación no puede ser más paradójica. Un Ejército en guerra, en medio de una difícil operación como el Plan Patriota y ante una ofensiva de las Farc que tiene semiparalizada parte del sur del país, se ve súbitamente sacudido por un escándalo de torturas infligidas a 21 reclutas en el Centro de Instrucción y Entrenamiento de Piedras (Tolima). Y, paradoja de paradojas, este incidente termina costando la cabeza de uno de los más capaces y efectivos generales que tiene el Ejército.
Editorial del diario El Tiempo de Bogotá. Continue leyendo.
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