El poderoso armamento en poder de las bandas de narcotraficantes que pululan por el estado de Río de Janeiro tiene en jaque a la política de seguridad del gobierno brasileño. Con modalidades más próximas a las de la guerrilla urbana que a las de bandas de criminales comunes, las facciones del narcotráfico que se reparten el control de la venta de drogas en ese lugar han incrementado sus arsenales de armas de uso militar, apropiadas para enfrentarse con las pandillas rivales o librar verdaderas batallas contra las fuerzas de seguridad. Poseen pistolas ametralladoras, bazucas, lanzadores de misiles y minas antipersonales, y demuestran una audacia tal que tiene alarmado al conjunto de la sociedad. Integrantes de esas bandas hasta han asaltado instalaciones castrenses, impulsados por el propósito de acrecentar esos arsenales. Para el sociólogo Antonio Rangel Bandeira, de la ONG Viva Río, la intensificación de esas acciones delictivas es debida al acrecentamiento del narcotráfico y a la guerra entre sus diversas organizaciones. Esta vez, los delincuentes robaron 10 fusiles FAL y una pistola 9 mm del Establecimiento Central de Transportes del Ejército, ubicado en Sao Cristovao, en la zona norte de Río de Janeiro. Tanta perversa osadía movilizó al ejército brasileño, cuyo despliegue redundó en la ocupación militar de nueve favelas, en busca del armamento robado. Con helicópteros, tanquetas y 1500 efectivos, los militares cercaron los morros y establecieron barreras en todos los puntos de acceso. Nadie podía salir de ellas ni entrar sin someterse a un chequeo minucioso. El narcotráfico se ha institucionalizado en las favelas cariocas. Así, por ejemplo, en La Rocinha, asentamiento de poco más de un siglo de vida y con casi 200.000 habitantes, convive un Estado paralelo creado por el narcotráfico. Incluye toques de queda, una suerte de poder judicial propio, un ejército de guardaespaldas y hasta asistencia social practicada por los narcotraficantes. Estimaciones de la Secretaría de Seguridad dicen que allí la facturación mensual por la venta de drogas -exclusivamente cocaína y marihuana, porque los traficantes prefieren no vender drogas más pesadas, alegando que acaban muy rápido con los clientes- puede llegar a los 32 millones de reales (aproximadamente unos 15 millones de dólares) El ejército de ese Estado paralelo está formado por varios cientos de jóvenes. Es raro encontrar a alguien de más de 30 años en el narcotráfico de las favelas de Río de Janeiro. Todos sus miembros mueren antes, ya sea a manos de la policía o por las rencillas internas. Nada se mueve en la favela sin que lo sepa el comando de la organización, que permanece en la cima del morro. Mediante barriletes o fuegos artificiales son intercambiados mensajes en código, que alertan sobre algún peligro cercano, como la presencia de fuerzas policiales o militares. Los operativos actuales pretenden desarmar a las "tropas" del narcotráfico que mantienen sometidas a las comunidades de las favelas, integradas por trabajadores de bajos recursos. Tales intervenciones persiguen, asimismo, la intención de que la delincuencia acate la legislación vigente, en lugar de pretender imponerles sus propias y violentas normativas a las comunidades humildes en que la mayor parte de la población quiere vivir en paz y no aprueba los designios turbios de los malhechores ni tampoco colabora voluntariamente con ellos.
Editorial del diario La Nación de Buenos Aires


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