Hay síntomas inquietantes sobre la deriva del sistema político estadounidense bajo la presidencia de Bush. La tendencia al predominio del ejecutivo sobre los otros poderes del Estado está rompiendo los equilibrios que fueron característica esencial de la democracia americana. El Tribunal Supremo está convocado a pronunciarse en breve sobre algunos efectos de esa tendencia, y la ciudadanía también podrá hacerlo en las elecciones del 7 de noviembre. Bastará con que los republicanos pierdan una de las dos Cámaras del Congreso para que por impulso del otro gran partido se abran comisiones de investigación sobre los excesos de la actual Administración en muchos terrenos.
Desde su concepción de la guerra contra el terrorismo como justificación de la invasión de Irak, con efectos humanos y económicos desastrosos, a la gestión de crisis como la provocada por el huracán Katrina, la figura de Bush está siendo sometida a un exigente escrutinio intelectual, como el que realiza en su último libro el periodista Bob Woodward, famoso por el caso Watergate. En otro nivel, el escándalo del congresista Mark Foley, que mandaba correos electrónicos de contenido sexual a adolescentes que trabajaban en la Cámara, ha sido considerado por algunos comentaristas como la gota capaz de desbordar el vaso del desprestigio de la actual mayoría.
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