Este niño de cuerpo de gorrión y ojos enormes y asustadizos que ocupa la portada de Vivir para contarla, el libro de memorias de Gabriel García Márquez, es el propio autor. Le tomaron el retrato cuando tenía pocos años de edad y resulta inevitable recordarlo como el más antiguo testimonio gráfico que conoce la gente sobre su vida. La escena fue montada en Aracataca, el polvoriento pueblo costeño donde nació, para un fotógrafo de los de cámara oscura y caballete. Por mágico que sea el mundo que luego él reconstruyó en sus cuentos y novelas -en particular Cien años de soledad-, resultaba difícil pensar que el hijo del telegrafista municipal iba a convertirse en una de las mayores glorias de la literatura española, a ganar un Premio Nobel y a representar una inyección de fe en un continente desmoralizado.
Producto de una extraña casualidad que alguno podría tildar como "macondiana", en este año 2007 se cumplen 25 del discernimiento del Nobel, 40 de la aparición de Cien años de soledad, 60 de su primer cuento y -exactamente hoy, 6 de marzo- 80 en la vida de García Márquez.


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