En los inicios de aquellos muy mentados años sesenta un joven imberbe hizo temblar los cimientos de nuestras letras con el relato de las violentas apuestas que desvelaban a los cadetes de un internado militar limeño; mientras que, duran te ese mismo 1963, un eximio hacedor de cuentos cruzó sus dos ciudades, la nativa y la de adopción, en un ajedrez cuyos movimientos respondían a las reverberaciones de una Maga ciertamente mágica. Cuatro años después de ambas publicaciones (La ciudad y los perros y Rayuela) el epicentro de ese anunciado terremoto tuvo lugar en una localidad del litoral colombiano, asediada por insolaciones tropicales y legendarios protocolos que certificaban los avatares de la prolife rante familia Buendía. La hirviente lava del volcán Macondo llegó hasta las barrosas aguas del Plata; y, rápidamente, se expandiría por el mundo entero.
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Aracataca. Dos chicos juegan a la pelota junto a un mural dedicado al escritor en el pueblo colombiano que disparó la profusa creatividad de Gabo.


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