Sarkozy, Jean-Claude Mailly y François Fillon- REUTERS
Llegó como un torbellino. Bronceado, arrollador, seguro de sí mismo, Nicolás Sarkozy abrió los brazos como diciendo "aquí me tenéis". Era un gesto de complicidad con los periodistas de un avezado comunicador en su primer viaje a Bruselas, el pasado miércoles, desde que fue elegido presidente de Francia. A pesar de que había ganado las elecciones hace más de 10 días, seguía con el estilo trepidante de la campaña. Con un lenguaje directo y desenfadado, Sarkozy alegró la tarde de los sufridos reporteros, más acostumbrados a los soporíferos informes y al prudente lenguaje institucional.
Inmediatamente captó la atención de todos cuando, como un molinete, empezó a repartir mandobles, que alcanzaron con más o menos intensidad a Turquía, la política de liberalización comercial y al Banco Central Europeo. La pasión con que se confesó europeísta y su compromiso de lograr a toda costa un tratado, aunque sea "simplificado", en junio hicieron el resto.
Esto fue sólo el entremés de su puesta en escena europea. Luego por la tarde, el plato fuerte se sirvió en una cena reducida con José Manuel Durão Barroso, presidente de la Comisión Europea, y otros altos responsables como el vicepresidente y comisario de Transportes, Jacques Barrot, o el comisario de Asuntos Económicos y Sociales, Joaquín Almunia. Acompañaron al líder francés el ministro de Exteriores, Bernard Kouchner; el secretario de Estado para Europa, Jean-Pierre Jou-yet, y el embajador plenipotenciario de Francia ante la UE, Pierre Sellal, entre otros.
Impregnado todavía por la euforia del éxito electoral, el líder francés acaparó toda la conversación, en la que sólo recibió puntuales y precisas observaciones de Barroso y Almunia. Kouchner y Jouyet escucharon. Durante los 90 minutos que duró el ágape, Sarkozy se despachó a gusto tanto al exponer sus ideas sobre el nuevo tratado como en su manera de afrontar la globalización.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario