lunes, agosto 20, 2007

Cientos de personas huyen de Pisco por miedo al pillaje y las epidemias

Al tiempo que cientos de voluntarios llegan a Pisco para colaborar en las labores de rescate y socorro de la ciudad, una gran parte de la población se marcha ahuyentada por la carencia de servicios públicos, el fantasma del pillaje y el hedor de los muertos. Sin cifras precisas todavía, en el centro de Pisco es palpable que cada día disminuye el número de personas que luchan por conseguir alimento y agua potable entre el denso polvo y los restos de la ciudad, que poco a poco recupera cierta normalidad. Aún sin agua ni luz, y con sectores de la región con escasez de vituallas, el ir y venir de taxis y motocarros y la vuelta de los tenderos a los puestos del mercado denotan cierto pulso de vida en la ciudad, que también ha recuperado la sensación de seguridad con los cientos de militares que patrullan las calles. El destartalado aeropuerto, que ejerce desde hace cuatro días de cordón umbilical entre Pisco y el mundo, es uno de los puntos de partida de cientos de personas que lo han perdido absolutamente todo. Mientras cae la noche sobre una ciudad sin luz eléctrica, un grupo de 80 mujeres y niños es evacuado por aire en un Hércules de la Fuerza Aérea Colombiana hacia Lima, entre ellas Cahuama Gamonal, de unos 45 años, quien se marcha de Pisco al haberse quedado sin hogar."Vivía a dos cuadras de la Plaza de Armas y me quedé sin casa. Mi hijo estaba en la iglesia de San Clemente y, aunque no murió, está traumatizado", confesó mientras señalaba a un niño que aguardaba para subir al avión. El derrumbe de la iglesia de San Clemente, que se llevó 148 vidas, es uno de los referentes en la nueva vida de los pisqueños, que ahora comienzan a salir a trabajar o a tratar de comprar algo en los pequeños mercados recién abiertos y poco abastecidos.
La ruta terrestre es, sin embargo, la más común para salir de la ciudad, pese a que hasta esta mañana seguía sin reparar un puente en la carretera que une Pisco y Lima, lo que retrasaba varias horas el viaje hasta la capital.La estación de autobuses es, junto con la Plaza de Armas, el lugar más concurrido de la ciudad, con cientos de personas que esperan tomar alguno de los transportes que viajan hacia el norte por la carretera Panamericana. Hay autobuses que parten hacia Lima cada 10 minutos y, desde el pasado jueves, siempre salen llenos, además de otros que se dirigen a distintos puntos del país.Para el inspector de la empresa de autobuses Flores, Amado Pereda, "la gente se sigue marchando por miedo", si bien también llegan a Pisco oleadas de personas provenientes de Lima cargados con provisiones para sus amigos y familiares. Y todo esto pese a que los precios se han disparado en todos los medios de transporte de la región, de lo que se quejan los usuarios. Un trayecto en autobús que antes de miércoles costaba 9 soles, su precio ahora es de 14, mientras que los taxistas, muchos de los cuales ya han reanudado su actividad tras el sismo, cobran 8 soles por una carrera que antes valía 6, y 15 soles por una de 10. Lisbeth Cueto y su hijo de 9 meses Victor Raúl abandonan Pisco, su casa y su trabajo por otr os motivos. "Es malsano para el bebito el mal olor de la ciudad, además pronto puede haber enfermedades", señaló la madre mientras hace cola para subirse a un autobús.Muchos de los lugareños, sin embargo, no dejan la ciudad por pavor a abandonar los restos de su casa y perder así las pocas pertenencias que les quedan. Este es el caso de Ronald Lomas, que ayer embarcó a sus hijos con destino Lima y hoy lo hace él. "Dejo la ciudad porque mi casa está derrumbada, no hay alimento, no hay agua, y hay saqueos, pero yo solo voy a ver a mis hijos y vuelvo a vigilar lo que queda de casa, que ahora guarda el resto de la familia y así podemos descansar un poco", comentó en la parada del autobús. Sin embargo, la posición de Lomas es tajante en cuanto a su futuro: "claro que volveré a Pisco, esta es mi casa".

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