miércoles, noviembre 21, 2007

Cuando la vida en París se convierte en un suplicio

No hay otra palabra para describirlo: caos. Y todo parece indicar que continuará así. Automóviles por doquier, motos, gente en bicicletas y patines hasta en las veredas, bomberos o policías haciendo tronar sus sirenas en los embotellamientos son algunas de las consecuencias de una huelga de transporte que hizo que los subterráneos funcionaran con cuentagotas. Para un parisiense, moverse por su ciudad desde que comenzó la medida de fuerza se convirtió en una odisea, sea cual fuere el medio de locomoción elegido. Y ni hablar de los que viven en las afueras y trabajan en la ciudad. Para aquellos que suelen utilizar diariamente el transporte público, la mejor opción para suplir su falta fue la bicicleta. Claro que, en este caso, hay que tener una salud a toda prueba para desafiar las frías mañanas otoñales y alguna preparación física para afrontar recorridos largos.
Los parisienses que no quisieron tomar esos riesgos debieron entonces resignarse a aventurarse en las entrañas de la ciudad con la esperanza de poder subirse a las contadas formaciones de subtes que circularon, ya que, en su plan de reformas, el presidente Nicolas Sarkozy hizo adoptar una ley que estipula que las empresas públicas deben asegurar un "servicio mínimo" a la población. En la pugna por viajar en subte, las buenas maneras no abundan: lo que impera es ley del más fuerte. En París no hay, como en Tokio, empleados de la empresa encargada del servicio que, de riguroso uniforme y con guantes blancos, empujan delicadamente a los pasajeros para que las puertas de los vagones puedan cerrarse. Sólo valen los codos, levantados a la altura del pecho, y pantorrillas que ayuden a empujar. "Reformar el país sin brutalizarlo", pidió ayer Ségolène Royal, la ex rival socialista de Sarkozy en las elecciones pasadas. Paradójicamente, brutalidad es lo que prevalece a la hora de viajar en la convulsionada París de estos días.
Congestionamientos
El paro, para muchos, ya duró más que suficiente. En especial para aquellos que viven en las afueras y que, por falta de trenes suburbanos, están obligados a llegar a la capital con sus automóviles, lo que genera congestionamientos gigantescos en todo París y sus alrededores. En el boulevard Périphérique, una suerte de avenida General Paz de París, las largas filas de vehículos avanzan con una lentitud exasperante. Lo mismo sucede en los principales ejes de circulación de la capital. Ayer, casi como punto culminante de la masiva huelga, una manifestación congregó a los ferroviarios, a los empleados públicos -descontentos por la eliminación de puestos de trabajo- y a los estudiantes universitarios -que protestan por una reforma que los incumbe- en una larga columna que dividió a la ciudad en dos y que hizo que fuera imposible atravesar París en auto de Norte a Sur, o viceversa. Y al caos se le sumó ayer más caos. Se cancelaron vuelos, no hubo correo. Las escuelas estuvieron cerradas, hecho que, para muchos padres, agregó, a la odisea de viajar al trabajo, el tener que ingeniárselas para dejar a sus hijos con alguien para que los cuide durante el día. En la enseñanza, el porcentaje de huelguistas oscilaba ayer entre un 65% en las escuelas primarias y un 58% en los institutos de secundaria, según los sindicatos, mientras que el Ministerio de Educación hablaba de un promedio de casi el 39%.

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