Cada instante de ilusión en la vida suele ser contrarrestado por los agoreros que nos recuerdan que la lógica siempre triunfa, que los fuertes terminan imponiéndose y que los sueños, sueños son. Así ocurre también en la política. Esas luces que a veces se encienden espontáneamente aquí o allá son casi siempre apagadas por el poder de los que cuentan, las maquinarias de los partidos o los intereses creados. En Estados Unidos, el jueves por la noche nació una estrella pero los agoreros han empezado ya a sembrar dudas sobre cuánto tiempo brillará. No es de izquierdas en los términos comunes de la izquierda europea . Los votantes quieren quitarse de encima a Bush y olvidar ese periodo.
Tienen razón en que ésta es una larga carrera, en que Barack Obama no cuenta con el apoyo de ninguno de los principales centros de poder del Partido Demócrata, en que está muy atrás en las encuestas en Florida, en Nueva York, en que no acaba de generar confianza entre los hispanos para ganar en California y en que le va a costar mucho convencer a los votantes blancos de los racistas Estados del sur del país.
Los agoreros tienen razón en que a los electores les gusta coquetear con lo nuevo pero acaban pronunciándose por lo conocido. Tienen razón en que Obama es joven, en que es negro y en que cuesta todavía pronunciar juntas ocho palabras en inglés: the president of the United States, Barack Obama.
Todo eso es cierto. Pero éste es el momento de Obama y eso no se lo quita nadie. Obama ha hecho ya una contribución impagable a la sociedad norteamericana al devolverle a ésta la pasión y la esperanza dilapidadas durante el oscurantismo de las dos últimas administraciones.
Pase lo que pase a partir de ahora, Obama ya ha triunfado. Su nombre quedará escrito para siempre en los libros de historia como el afroamericano que salvó a la clase política en un momento crucial.
Pero también es posible que los agoreros se equivoquen y el capítulo dedicado a Obama en esos textos sea mucho más largo. Los tradicionales instrumentos de cálculo político no valen aquí porque estamos ante un fenómeno nuevo. Está ocurriendo algo difícil de medir, algo que se aprecia en las calles, que se siente cuando se asiste a un acto de Obama o se conversa con sus seguidores, pero que es difícil de analizar y aún más difícil de explicar.
¿Ha cambiado la orientación política de los electores? Un poco, pero no es eso. ¿Ha sonado la hora de que un negro llegue a la Casa Blanca? Quizá, pero tampoco es eso. No estamos ante un comprensible aumento del voto de la izquierda después de ocho años de un Gobierno muy a la derecha. No estamos tampoco ante un renacido impulso del movimiento de derechos civiles con nuevas reclamaciones a la mayoría blanca.
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